jueves, 23 de abril de 2020

Marisa Madieri

MARISA MADIERI

La editorial Minúscula ha publicado dos obras de la escritora Marisa Madieri (Fiume, 1938 - Trieste, 1996): Verde agua en 2002 y El claro del bosque, dos años después.
   Verde agua es un breve diario de los tres años que transcurrieron desde noviembre de 1981 a ese mismo mes de 1984 en que Marisa Madieri nos relata el exilio que vivió con su familia desde Fiume ‒actual Rijeka en Croacia‒, a Trieste y algunos momentos y reflexiones de los años de escritura del diario.
   Verde agua es el color del amor y representa el vestido que le permitió a Marisa compartir y competir con sus compañeras de bachillerato de un nivel económico superior, pues el éxodo y los fracasos financieros del padre contribuyeron a la penuria familiar.
   Con serena claridad, pero con “una laguna gris de melancolía”, nos cuenta su experiencia en su ciudad natal y en el Silos de Trieste, donde se hacinaban los refugiados como ella y su familia, sin perder la perspectiva de la realidad de esos años ochenta, junto a su marido Claudio Magris y sus hijos, en que reconoce un pequeño bultito en el pecho. Su compromiso de estos años se encuentra entre la vida y la muerte; pues, como nos dice ella misma, “toda vida contiene la semilla de la destrucción”; aunque en otra ocasión admite que “nada muere nunca del todo”; por ello que estas memorias nos resulten reveladoras de vida y una entrañable identificación con quien sufre, así podemos decir con ella “debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma.”

   En El claro del bosque Marisa Madieri toma como protagonista a una margarita a la que denomina Dafne, como el personaje que se convierte en laurel tras la persecución de Apolo. Dafne es la interlocutora constante y a ella le dedica las historias más bellas como la que se relata aquí:

Había una en particular que a Dafne le gustaba muchísimo. La protagonista era una piedra sencilla, de esas grandes y blancas de las que se encuentran muchas dispersas desordenadamente en el suelo. La historia, que apreciaba por varias razones, abordaba el misterio de la impenetrable y turbia vida mineral, tan diferente de la llamativa y vulnerable, violenta aunque seductora de los seres animados.
   Dafne siempre había mirado con curiosidad las piedras, sobre todo una que yacía no demasiado lejos de ella, semiescondida entre la hierba y con un aspecto venerable y rugoso. En la parte más baja recubría una gruesa alfombra de musgo, un poco más arriba largas barbas herrumbrosas despuntaban de una hendidura que la atravesaba horizontalmente como una herida, en la parte que estaba en la sombra colonias de líquenes la moteaban de planas verrugas amarillas. Sobre el dorso, finalmente, en una pequeña cavidad en la que se había depositado una capa de humus le crecía a modo de penacho una plantita grácil pero de aire intrépido.
   Qué imperturbable era la piedra, a pesar de sus huéspedes más bien entrometidos, tan inmóvil e imponente, siempre igual a sí misma.
   ¿Pero era indiferencia lo que se expresaba? Según las horas del día y las condiciones del tiempo, a Dafne le parecía que la piedra cambiaba de humor. Con sol fuerte y cálido, por ejemplo, se volvía blanca y se la veía feliz. Con la humedad, en cambio, se entristecía. Se agrisaba y un halo plúmbeo invadía lentamente su superficie y se alzaba a modo de abanico de la zona cubierta de musgo.

   En Verde agua encontramos también esa atención con la ternura de quien protege a los seres indefensos, como el conejillo de Indias al que llaman Buffetto y que se mueve por la casa con total tranquilidad, salvo cuando aparece la escoba, o como el gorrión caído del cielo que acogió cuando se encontraba en el Silos de Trieste, alimentado con pan mojado y yema de huevo hasta que un gato lo devoró y desapareció en un “misterio sin rebelión”, ya que “los animales afrontaban la muerte tranquilos.”
   En estos dos breves textos Marisa Madieri nos orienta con sus nobles pensamientos donde la literatura es “el reino de la verdad”, reino que se amplía en un profundo eco al semejar en ocasiones un “fruto prohibido”, al que se llega con avidez hasta permanecer ajenos a una realidad que nos desborda.

       © Isabel Gutiérrez

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