sábado, 26 de febrero de 2022

La odisea de los gitanos

GITANOS


 

Recuerdo que a veces venía una gitana a nuestro piso de Villaverde para desayunar. No sé cómo se nos hizo familiar aquella mujer gruesa que de vez en cuando traía a alguno de sus hijos, uno de ellos se llamaba Moro. Siempre se han fijado en mi memoria por la sonrisa que aparecía en sus rostros cuando mi madre les facilitaba un café de aquellos que preparaba ella de recuelo con bastante leche y les añadía algún bollo. Vivían en La Celsa, un grupo de barracones levantados con materiales reciclados en la carretera de Villaverde a Vallecas.


Cuando estudié el COU me vi obligado a visitar La Celsa con cierta frecuencia porque tuve que matricularme nocturno en el instituto Manuel García Morente en Entrevías, dado que lo hice muy tarde y en mi barrio no teníamos ningún centro. Yo cogía el autobús, al que llamábamos la Petra (P-30), porque precisamente me dejaba en esa barriada alejada de todas las comodidades de la ciudad, llena de escombros y basura donde algún perro rebuscaba algo de alimento. Allí recordaba los encuentros con aquella gitana gruesa y sus hijos pensando en que me los encontraría por allí, pero en vano.


Al leer el ensayo de Isabel Fonseca (Nueva York, 1963), Enterradme de pie. La odisea de los gitanos, me vienen a la memoria esos recuerdos y me atrae la valentía de esta mujer estadounidense que, ajena al temor generado por los prejuicios que existen relacionados con el mundo gitano, se adentró en los primeros años noventa del siglo pasado en algunos países del oriente europeo para informarnos de la existencia de esta etnia que pervive a pesar de los sobresaltos a que se han visto sometidos.


La escritora estadounidense refleja el comienzo de esta etnia en Europa: No se sabe en realidad cómo comenzó la esclavización. Una teoría es que los gitanos llegaron como esclavos de los tártaros invasores que penetraron en Moldavia siguiendo la ruta del norte de Crimea. Es decir, eran ya esclavos cuando aparecieron en los principados y, abandonados en los campos de batalla por los tártaros derrotados, se quedaron a servir a sus nuevos amos húngaros y rumanos. (No se da ninguna explicación del hecho de que los tártaros dejasen semejante bagaje en los otros países de Europa central y oriental a los que atacaron.) Los gitanos habían sido siempre esclavos, se decía además, procedían de una clase paria de la India, llevaban la esclavitud en la sangre. Este análisis lo elaboraron sobre todo historiadores rumanos: la esclavitud se consideraba una mejora respecto a la condición anterior de los gitanos (sobre la cual no se ha determinado claramente nada, ni siquiera hoy) porque allí se les integraba al fin provechosamente en la sociedad. Un tal doctor Wickenhauser, que visitó los principados en el siglo XIX, corroboró el punto de vista de los historiadores rumanos anteriores y posteriores: los gitanos «quisieron convertirse en esclavos porque eso, si bien no les elevaba al rango de los seres humanos, al menos les situaba a la par con los buenos animales de trabajo doméstico».


Aunque en el ensayo no se habla de los gitanos en España, he encontrado información relacionada con los comienzos de su asentamiento en nuestro país y los resultados son, si no iguales, muy parecidos en el rechazo y la prohibición de asentamientos. En este artículo de Antonio Villanueva: Inteculturalidad. Los gitanos y la literatura, se señala que "En 1499, tras la expulsión de los judíos, los Reyes Católicos intentaron por decreto hacer sedentarios a los gitanos obligándoles a trabajar para un amo y amenazándoles con penas de azotes, expulsión, prisión, corte de orejas o esclavitud en caso de incumplimiento. Las Cortes de Zaragoza en 1646 consideran delito la simple presencia gitana. En 1697 el virrey de Aragón ordena que se prenda a los gitanos y se confisquen sus bienes. Los documentos -no menos de 250 normas jurídicas de distinto rango a lo largo de la historia de España- hablan de persecución, segregación o asimilación forzosa. A los gitanos se les prohíbe todo: permanecer en el territorio, practicar artes adivinatorias o representaciones teatrales, hablar su lengua, etc. A principios del siglo XX desaparece la legislación "especial" para gitanos, pero aún hay curiosas prevenciones: el reglamento de la Guardia Civil de 1943 recomienda una vigilancia estrecha de la etnia y de sus desplazamientos."


¿De dónde procede el odio hacia los gitanos en todo el mundo? ¿Será envidia por esa supuesta libertad que manifiestan? ¿Será ese aspecto moreno ajeno a la aparente pulcritud de quienes los ven diferentes? ¿Tal vez es la reacción por observar que no se someten a las costumbres del resto de la sociedad, que los ven felices, cantar y bailar, a pesar de carecer de recursos? Como dice un romaní estonio alto y barbudo en el ensayo de Isabel Fonseca: "Toda persona es en parte Judas y en parte Cristo. Solo la suerte decide." En definitiva, no hay muchas cosas que les diferencie del resto de personas, sin embargo también fueron masacrados por los nazis y, no hace tanto, en los años 90, como cuenta la autora, en algunas zonas de Rumanía se incendiaban sus casas para tratar de desalojarlos del lugar. 

Quizás el hecho de que a mi abuelo paterno, que era muy moreno, le llamaran gitano, ha sido el motivo por el que siempre han tenido toda mi admiración. Y eso a pesar de una anécdota infantil que me sucedió en casa: yo era un niño vivo y revoltoso, y recuerdo que mi madre solía dejarme fuera de casa cuando se hartaba de mí. Ella, para asustarme, me decía que yo, en realidad, era hijo de una gitana, A mí a veces me hacía daño y otras ni me preocupaba. Cuando publiqué Anónimos en 2016 incluí el poema "Hijo de una gitana" que hablaba de esa admiración y perdonaba a mi madre por la genealogía que me atribuía.

En la niñez la ofensa
era diaria. el parentesco,
las costumbres, eran simples
accesorios, palabras que 
salían de su boca, 
repetición de la repetición
constante. Graves acusaciones
de linajes espurios, 
hoy respetados y añorados
en su libertad, en la salvaje
certidumbre del nómada.
Por encima de la manipulación
de los ojos inocentes
de la infancia, de la crueldad
de los aleteos y la carreras,
yo te perdono, te perdono
el dolor agujereado,
te perdono las lágrimas y
los silencios.