viernes, 23 de octubre de 2020

Louise Glück

 TRES POEMAS DE LOUISE GLÜCK

No sé en qué momento compré El iris salvaje de la reciente premio Nobel Louise Glück, quizás en las visitas a mi querida Cuesta de Moyano, donde a veces se encuentran verdaderas joyas a precios reducidos. Esta feria de libros cerca de Atocha tiene el mismo encanto que las casetas de los bouquinistes del Sena en París. Mi intuición a veces me facilita estas sorpresas.

Al concedérsele el premio a Louise Glück recurrí a mi biblioteca y allí estaba, precisamente la obra que había conseguido en 1993 el Premio Pulitzer de Poesía de esta autora consagrada en Estados Unidos antes de que fuera reconocida por la Academia sueca y el primero que había sido traducido al español por la editorial Pre-Textos por Eduardo Chirinos.

La lectura en un principio no me pareció atractiva: contiene una serie de poemas de aparente sencillez llena de reproches difíciles de contextualizar; sin embargo, me sorprendieron los tres últimos poemas, que incorporo en esta entrada, y que me parecieron brillantes y llenos de sugerencias. Dejo a mis lectores que interpreten si eso es así.

 

El lirio de plata

De nuevo hace más frío por las noches, como al comienzo / de la primavera, y hay silencio de nuevo. ¿Acaso / te perturban las palabras? Ahora / estamos solos; no hay razón para el silencio.

Mira sobre el jardín, la luna llena está saliendo. / Yo no veré la siguiente.

Cuando salía la luna, en primavera, significaba / que el tiempo era infinito. Gotas de nieve / se abrían y cerraban, las semillas / de los arces caían en pálidas ondas. / Blanco sobre blanco, la luna se alzaba sobre el abedul.

Y en la torcedura, donde el árbol se divide, / las hojas de los primeros narcisos, bajo la suave / luz verdosa y plateada de la luna.

Hemos llegado juntos demasiado lejos como para temer / el final. En noches como ésta, ni siquiera sé qué significa / el final. Y tú, que has estado con un hombre / después de los primeros llantos, dime, / ¿no emite la alegría, como el miedo, algún sonido?

 

El lirio dorado

Cómo siento / que estoy agonizando y sé / que no volveré a decir palabra, que no / sobreviviré a la tierra, que no seré / convocada de nuevo, que no soy flor aún, / sino una espina, y el áspero polvo / se instala en mis costados, yo te invoco / padre y maestro a mi alrededor / mis compañeros se marchitan, piensan / que no ves. ¿Cómo pueden / saber que ves / si no nos salvas? / En el crepúsculo de verano ¿estás / lo bastante cerca para oír / el terror de tu criatura? ¿o / no eres tú mi padre, / aquel que me cultivó?

 

Lirios blancos

Igual que un hombre y una mujer / construyen entre ambos un jardín / como un lecho de estrellas, / se demoran ellos en la tarde de estío, / aquí, y la llenan de frío / con su terror: todo / podría terminar pues todo tiende / a la devastación. Todo, todo / puede perderse, a través del aire perfumado / donde inútiles columnas se levantan / y más allá se agita un mar / de amapolas.

Calla, amor mío. No me importa / cuántos veranos tenga que vivir para volver; / este verano hemos entrado en la eternidad. / Siento tus dos manos / Enterrarme para liberar su esplendor.

jueves, 8 de octubre de 2020

ELOGIO DE LA SOMBRA

Elogio de la sombra es un breve ensayo del escritor japonés Junichiro Tanizaki en que muestra la diferencia entre el mundo occidental y el oriental y establece los criterios de belleza relacionados con los conceptos de luz, penumbra y oscuridad.

El autor se hace eco de la antigua tradición japonesa de las construcciones de templos o casas particulares con amplias zonas de sombra. Para él: “cuanto llamamos belleza surge de la realidad cotidiana, y nuestros antepasados que habitaban en cuartos oscuros por necesidad, la descubrieron presente en la penumbra y esa oscuridad sirvió de cauce para desarrollar un ideal estético. Por tanto la belleza de los interiores de una casa japonesa se halla en los matices de sombra, sin ella apenas queda nada. […] Diríase que no hay nada más misterioso que la magia de las sombras”. Y más adelante añade: “Hallamos la belleza no en los objetos mismos, sino en los claroscuros de la luz contrastando con los objetos. Una joya fosforescente emite su brillo y colorido en la oscuridad, y los pierde a la luz del día. Sin la sombra, no existiría la belleza.”

Similar es la apreciación del filósofo coreano Byung-Chul Han en su ensayo Acerca de la cultura y la filosofía del lejano Oriente: “Bella no es la presencia total sino un aquí que está recubierto de una ausencia, que por el vacío es menor o más ligero. Bello no es lo claro o lo transparente, sino lo que no está delimitado nítidamente, lo que no está diferenciado claramente, pero que hay que diferenciar de lo difuso.”

Mi experiencia personal coincide con la apreciación de Tanizaki. Recuerdo que de niño siempre pasábamos unos días de veraneo en el pueblo de mis padres, Tomellosa de Tajuña en Guadalajara, y comprobaba que por la noche sólo existía una escasísima luz en la calle principal, el resto eran calles oscuras que se iluminaban con la luz de la luna. La experiencia de un niño de Villaverde Alto no se adaptaba ni comprendía esa escasez. En el pueblo, dentro de las casas, la cocina era el lugar adecuado para compartir encuentros y conversaciones a la lumbre del hogar. Los candiles iluminaban muy poco y se utilizaban para ir a las alcobas a dormir.

Recuerdo una anécdota relacionada con la iluminación del Villaverde en aquella época de mi niñez de los años sesenta. Mi hermano, mi padre y yo habíamos salido del cine Magerit después de ver alguna película de Tarzán o de Charlot (no están mal los dos personajes para aprender acciones y emociones: el héroe que se adapta a las inclemencias y el antihéroe que se ríe a pesar de las adversidades) y nos dirigíamos a casa a cenar. En la esquina de una de las calles cercanas a las denominadas “colonias”, mi padre nos paró porque había visto a los lejos a un chico con un tirachinas tratar de romper una de las farolas. Lo que pretendía el chico no lo sé bien, pero lo que intentaba mi padre era evitar un gesto incivil además de impedir que se rompiera ninguna lámpara porque era él quien tenía que sustituirla ya que era el electricista del barrio.

El ensayo de Tanizaki se escribió en los años treinta del siglo pasado y en esa época Japón se había occidentalizado en lo que se refiere al uso indiscriminado de la luz en calles e interiores. Tanizaki apunta que “Japón solo aspira ansiosamente a imitar a Estados Unidos” por eso “el gasto de luz eléctrica es exagerado. […] Cuando en verano se encienden las luces antes del atardecer, además de un gasto inútil de energía aumenta la temperatura.”

Sin duda, hoy el gasto energético es inmenso, especialmente en las grandes ciudades y, salvo aquellas tendencias ecológicas que intentan atenuar la enorme intensidad lumínica en esas ciudades, lo normal es que se desarrolle una competencia entre núcleos urbanos para ver quién incorpora un mayor número de luces convirtiéndolo en un espectáculo aclamado por los medios de comunicación, sobre todo en las fechas de los últimos meses de año.  

 Fachada del cine Magerit de Villaverde Alto. Se encontraba en la calle Albino Hernández Lázaro esquina con Doctor Martín Arévalo. Hoy ya desaparecido.