martes, 17 de noviembre de 2020

UN TRIBUTO A LA TIERRA

Joe Sacco, Un tributo a la tierra

Joe Sacco ha abandonado los Balcanes para dirigirse cerca de su tierra y crear este nuevo cómic con el título de Un tributo a la tierra, en él analiza las circunstancias de la etnia Dene en el Noroeste de Canadá y los resultados a que han llegado sus habitantes tras la colonización que sufrieron a lo largo del siglo XX por el deseo de los gobernantes de Canadá de educarlos en la instrucción oficial y por la extracción en su territorio de gas y petróleo con el método del fracking, que genera la descomposición y la destrucción de las entrañas de la tierra por el uso de materiales contaminantes. Así a los niños en edad escolar se les separó de sus padres y se les sometió a internamientos en centros religiosos fuera de su comunidad ocasionando el olvido de su lengua, su religión y sus costumbres en la alta montaña. “El gobierno les prometió educación lo que con frecuencia equivalía simplemente a formalizar y facilitar las actividades evangelizadoras de los misioneros católicos y protestantes. Al margen de su componente religioso, los internados de las iglesias podían utilizarse para romper el vínculo de los niños con su familia y su tierra.

Ese desarraigo y la explotación de los recursos naturales provocó la pérdida de la relación con el medio y sus terribles consecuencias: la mayoría de la población derivó en el consumo de alcohol y de drogas. Muchos murieron congelados no sólo por la pérdida de los sentidos, sino por la desesperación de no encontrar el alivio y el deseo de cubrir con éxito las necesidades emocionales y espirituales que tienen como foco la pervivencia de cultura que tras siglos de pertenencia a ella se desmoronan, como si se nos quebrara la tierra que pisamos.

Hay una cierta similitud entre los Dene con los personajes de Las uvas de la ira de John Steinbeck, desalojados de su tierra, aunque en su caso, despreciados en sus nuevos alojamientos. También hay una semejanza con parte de nuestra población en España que pasó de las zonas rurales a la ciudad en los años de posguerra. En nuestro caso la emigración no tuvo una separación violenta, aunque no dejó de ser un alejamiento familiar del medio donde se había establecido una relación de identidad con el medio natural. Esa fractura tampoco tuvo las consecuencias nefastas de la de los pobladores de la alta montaña de Canadá, pero siempre que se vuelve al “pueblo”, como decimos por aquí, sentimos ese vacío que nos nubla la mente al pensar qué pudo haber sido y no fue.

Hoy asistimos al constante movimiento migratorio de personas que evitan la pobreza o la destrucción y la violencia de las armas y, sin embargo, carecemos de la hospitalidad para aceptarlos con la generosidad que requiere la supervivencia de toda la humanidad. ¡Qué lejos queda el ejemplo de solidaridad del pueblo de Argos con las cincuenta hijas de Danao al permitirles vivir en su tierra al ser perseguidas por los egipcios!, como nos cuenta el autor griego Esquilo en Las suplicantes.

A principios del siglo XXI se creó en Canadá una Comisión de la Verdad y la Reconciliación para resarcir a las víctimas de la explotación a que habían sido sometidos en esa región de su territorio. El compromiso de los hijos de aquellos que fueron alumnos en los internados hoy intentan recuperar las tradiciones, la lengua y los motivos que hagan sanar esa relación de la población Dene con su tierra. Todo un ejemplo para nosotros.