sábado, 30 de mayo de 2020

De tertulias literarias (II)

DE TERTULIAS LITERARIAS (Segunda parte)

En la tertulia de El Balcón de la plaza de San Ildefonso lo que parecía un encuentro entre poetas poco a poco se convirtió en una reunión de amigos. Allí coincidíamos Jesús Urceloy, Eduardo García, Luis Miguel Serrano y yo que proveníamos de otras tertulias, y Juana Rubio, María Jesús Varela, María José García, su hermana Sonia, Ángel Barahona y Gonzalo Rubio. A veces aparecían por allí otros noveles escritores que, como nosotros, buscaban salir del anonimato. Éramos un grupo que no sólo tenía en común la poesía, sino cualquier inmersión en lo cultural en aquellos felices años ochenta; por supuesto, no todo era literatura, la farra hasta altas horas de la madrugada era lo común cuando nos veíamos. 
El encuentro en El Balcón cada vez nos atraía más, nos unía el compartir nuestras creaciones con total confianza, la sugerencia de lecturas que devorábamos con gusto y el tener a mano la originalidad creativa de todos nosotros y en especial de Urceloy, especialmente con su obra de teatro Don Luis en la picota o El taimado vespertino. Se trataba de una "Comedia en estilo bastante medieval", similar a La venganza de don Mendoque se desarrollaba en la corte de Bratislabia; un país imaginario con un prudente y serenísmo monarca, y su cohorte aristocrática, un juglar animoso, un abad malvado y dos pérfidas mujeres, curandera una y bruja la otra. Lo curioso es que los personajes estaban pensados con cada uno de nosotros mismos. En otra ocasión escribimos un relato a varias manos en que desarrollamos la idea de un párroco que trataba de vencer por sí solo la lujuria del mundo, lo curioso del relato era que caía en las mismas redes de quería salvar. El título era "Irreverencia" y lo quisimos presentar al premio La hucha de oro de CajaMadrid que por entonces premiaba aquellos relatos que resaltasen los valores morales y espirituales. 
En una ocasión se organizó una velada poética con invitación incluida en el séptimo aniversario de la tertulia. En ella participamos los cuatro integrantes de la información que aparece en la foto inferior.

En la Biblioteca Central de la calle Felipe el Hermoso coincidimos Eduardo García y yo preparando la oposición a secundaria, él por Filosofía y yo por Lengua y Literatura. Allí ganamos para nuestra causa tertuliana a Julio Antonio de la Cierva que preparaba su oposición a Judicatura. También estaba allí Jesús Urceloy, pero en otros menesteres laborales. De entonces es este poema que apareció en El disfraz de los paisajes (Amargord, 2012) con el título precisamente de "Biblioteca Central" y que recuerdo que lo escribí allí en un momento de inspiración. 

Apenas hay rasgos de continencia en las frentes.
Se diluyen en palabras
tráfagos de oscuridad
y latente Dioscórides en la búsqueda.
No importa que sea tarde
o que quizás llamen
tras un terrible y acuciador cristal
y..., solo eso:
movimiento de labios y brazos,
perdiéndose lejanamente
en un trémulo fulgor de los ojos.
¡Qué importa si aquí se esconde la noche
o si es preciso anotar 
en papeles perdidos
que la carne de biblioteca yace en bostezos
o delirios con los ojos!
Afuera, todo es mentira.

Durante algún tiempo me perdí en otra tertulia que dirigía Mariano Herranz en la Cafetería Cervantes, en el Barrio de las Letras. Allí nos juntábamos Ángeles López-Verde, Sonia G. Rincón, Ramón Bermejo y a veces acudía un compañero filólogo que andaba con el doctorado sobre Ramón Gómez de la Serna y del que he olvidado el nombre. De esa tertulia recuerdo un recital poético en el Salón de Actos del Centro Cultural Buenavista con el acompañamiento al piano de Elena Alcaide. 

No sé cómo la tertulia de El Balcón pasó a celebrarse en el pub La Torrecilla de la calle Torrecilla del Leal, cerca del barrio de Lavapiés. Allí se nos unieron Ángel Zapata y Alfonso Fernández Burgos y también aparecían por allí Rafi Valenzuela e Isabel Gutiérrez, que se nos fueron haciendo inseparables a Eduardo y a mí respectivamente.
Alfonso, por entonces director de la revista de Muface, sugirió que hiciésemos una revista con las creaciones que proponíamos en nuestras conversaciones. El título ya lo teníamos: sería Bratislabia y ello permitió recordar a tan insignes personajes a quienes dábamos de nuevo vida jactanciosa. Hubo algunos intentos de que aquella revista tuviera una salida digna, también un par de poemas laudatorios: uno de aire latino de Gonzalo y otro de Jesús al estilo de las coplas de Mingo Revulgo, incluso un editorial y algunas reales pragmáticas de su majestad de la corte bratislábica. El mayor aliciente de la tertulia era el desenlace en la denominada "zapatilla", un suculento manjar celebrado con cerveza en una tasca de la calle Ave María. 
Poco a poco fuimos perdiendo tertulianos: Eduardo se fue a Córdoba, Juana a Alemania, Gonzalo a Estados Unidos, Luis Miguel desapareció sin dejar huella y todos nos perdimos en el olvido del tiempo. 

miércoles, 27 de mayo de 2020

De tertulias literarias (I)

DE TERTULIAS LITERARIAS (Primera parte)

Normalmente no he tenido problemas con la página en blanco al escribir. Esa sensación de vacío que se crea cuando no se tiene nada que decir y uno está obligado a  rellenar con ansiedad cuartillas y cuartillas. Pienso en Balzac, consternado por sus compromisos no cumplidos con sus editores y bebiendo y bebiendo litros de café para dar rienda suelta a su energía creadora. Tan sólo he sentido algo parecido a ese vacío tras publicar mi último libro de poesía El eco de las voces, sin embargo a los pocos días ya estaba con otra empresa poética a la que me dirijo con cierta indolencia hasta darle fin en algún tiempo cercano. Actualmente, dedico mucho tiempo a cultivar este blog con mis impresiones en estos días de encierro. 
No he sentido esa crisis de la página en blanco porque no he tenido presiones de ningún tipo, tanto para crear este blog como para publicar cualquiera de los libros que hasta ahora han aparecido en las librerías. Sigo la inercia de la magnífica idea de Virginia Woolf cuando dice que debemos dejar libres a las palabras que habitan en nuestra mente. La cita literal es esta: Las palabras viven en la mente y no en los diccionarios. Quizá la razón por la que no tenemos un gran poeta o novelista en nuestros días es porque no las dejamos ser libres, las reducimos a su significado útil.

Hay multitud de estímulos para cultivar la creación literaria. Desde los que nos ofrece la lectura de cualquier obra literaria, de cualquier noticia de prensa, la visita a un acto cultural, sea un museo, un concierto o una película..., todo ello nos permite la reflexión de todas esas ideas que se nos muestran para convertirlas en materia literaria. También con la evocación de nuestros recuerdos, emociones, pensamientos o sueños, la variedad se amplía considerablemente. Basta estar atento a lo que nuestra mente nos ofrece para desarrollar ese filón creador.
Hay otro factor fundamental en la búsqueda de estímulos creativos que dan pie al germen productivo más alentador y que, además, propicia el aprendizaje de un estilo adecuado al deseo personal de qué es lo que se quiere aportar al mundo literario: se trata de compartir con otros escritores las creaciones propias o ajenas, la consulta amigable y la asistencia a tertulias literarias. 
Con ello quiero agradecer a mis amigos Saúl Flores y Belén Morales la posibilidad que me dieron para organizar una tertulia en la Biblioteca de la Cadena de Pinto y de la que hemos celebrado algunas sesiones con lectura de creaciones propias o ajenas y los comentarios. La tertulia literaria es un foco infeccioso de creación que debería no extinguirse y contra la que nadie tendría que estar inmunizado.

Comencé en el mundo de las tertulias literarias de Madrid de la mano de mi compañero de la Facultad de Filología Luis Miguel Serrano a comienzos de los años 80. Íbamos todos los miércoles a la que organizaba el poeta y periodista cubano Roberto Cazorla y  a la que llamaba Carilda Oliver Labra en honor de la poeta de Matanzas. La tertulia se celebraba en la Cafetería Chicote de la Gran Vía. En una ocasión una de las tertulianas decidió llevar a su hijo allí. Roberto le increpó con vehemencia si no sabía adónde había traído a su hijo, pues Chicote se caracterizaba precisamente por tener como atractivo un grupo de meretrices de cierto caché. A veces la tertulia se trasladaba al restaurante de la calle Reina, que no era otra cosa que la trastienda de la célebre coctelería madrileña.
Además de nosotros dos, recuerdo a alguno de los poetas que allí encontrábamos a Elvira Levi, siempre acompañada de José Luis Crespo, militar de la UMD, Cristina Caballero, Arantza Morales, Isla Correyero, Elisenda S. Bernal,  Eduardo García, Luis Arrillaga, Alberto Prieto, Fulgencio Martínez y tantos otros. 
Roberto Cazorla recitaba con un tono apasionado algunos de sus poemas y sugería lecturas con el mismo fervor. De tarde en tarde nos regalaba alguno de sus libros y cada año organizaba unos recitales en la Agencia Efe donde trabajaba. En marzo de 1984 participé en uno de esos recitales junto a algunos de los poetas que he mencionado más arriba. Una de las tertulianas experimentadas, y ya célebre por aquella época porque había publicado un poemario con cierto éxito, me reprochó que debía aprender a escribir bien y luego dedicarme a la poesía. Mi calidad de principiante y mi timidez impidió una respuesta, sin embargo yo pensaba que la poesía carecía de las reglas propias de la narrativa, que la poesía era a veces pura transgresión..., ¿qué pensaría esta persona de Trilce o de cualquier poema surrealista? Mis versos aparecieron después en El disfraz de los paisajes y surgieron a imitación de El cementerio marino de Paul Valéry: Ce toit tranquille, où marchent des colombes / Entre les pins palpite, entre les tombes; / Midi le juste y compose de feux/ La mer, la mer, toujours recommencée! / O récompense après une pensée / Qu' un long regard sur la calme des dieux.

He aquí algunos de esos polémicos versos:
Ahogándose en cada instante,
lúcida mueca, locura,
rapsoda de la medida,
distancia de olas, infatigable,
sol sin manos apenas dormido.

Laberinto moderado, poema.
Razón oculta tras el humo
transparente de musgo y resina.
Resbala la frente
en el espejo. Mediodía.



Por entonces la tertulia se celebraba en la Cafetería El Balcón de la plaza de San IIldefonso y, tras aquel recital, algunos poetas nos alejamos de la tertulia, quizás porque Roberto Cazorla la abandonó. Luis Miguel, Eduardo y yo empezamos a buscar otros lugares apropiados en aquellos tiempos de la movida madrileña. En un encuentro en el Ateneo de Madrid coincidimos con Jesús Urceloy y, al comprobar el carisma de este todopoderoso poeta, nos hizo cambiar de aires.


martes, 19 de mayo de 2020

De lectura y lectores

DE LECTURA  Y LECTORES

Mi acercamiento a la lectura se inició en la infancia gracias a mi padre que compraba tebeos y revistas juveniles en un kiosko cercano a nuestra casa y a mi tía Martina, que nos visitaba siempre con un montón de regalos. Mi hermano y yo devorábamos con placer cuanto llegaba a nuestras manos. 
Llegué tarde a la lectura de libros, recuerdo uno con especial cariño en aquella infancia de ropa compartida del hermano mayor y pollo en días excepcionales. Se trataba de una versión infantil  de Las mil y una noches de la editorial Maucci con ilustraciones y publicada en el año 1943. 


© Carlos Tejero

Aunque no paraba de leer, no fue hasta mis estudios de COU cuando me inicié con gusto en la lectura de clásicos de la literatura española adaptados a esa etapa. 

En este sentido de iniciación a la lectura quiero resaltar las palabras de John Berger en su texto "Un océano de lectura" del libro Palabras por la lectura, publicado en 2007 por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla-La Mancha: 
"La primera vez que me adentré en el Ulises de James Joyce tenía catorce años. Utilizo el término adentrarse en lugar de leer porque, como ya nos lo recuerda su título, el libro es un océano: no se lee, se navega. [...]
"El libro me lo había pasado un amigo que era un profesor subversivo. Se llamaba Arthur Stow. Yo le llama Stowbird (pájaro clandestino). A él se lo debo todo. Fue él quien me echó una mano a la que agarrarme para salir del sótano en el que había sido educado, un sótano de tabúes, de normas, de convencionalismos, de idées reçues, de prohibiciones y miedos en el que nadie se atrevía a preguntarse nada y en el que todos utilizaban todo su valor -porque valor no les faltaba- para someterse a lo que fuera sin protestar.

Mi Stowbird de la época de COU fue la profesora Lola del Instituto Manuel Garcia Morente, hoy desaparecido. Aquellas lecturas de Galdós, Baroja, Antonio Machado, Valle-Inclán, Cela, Martín Santos influyeron sin duda en mi gusto posterior.

Después de aquel aprendizaje, la lectura ha sido un continuo placer, pero he tenido ciertos reparos en llegar a los títulos de determinadas obras sobrevenidas desde la publicidad. Creo que el mundo editorial de las grandes empresas está condicionado por los poderosos, sólo hay que ver cómo han ido desapareciendo pequeñas editoriales u otras han tenido que ir aceptando su integración en esos emporios de la edición de títulos. Por eso siempre me ha gustado llegar a la literatura a partir de mi intuición y aún mejor a través del consejo de amigos con los que obtengo asegurada una lectura adecuada a mis intereses literarios. 
Tengo que mencionar a algunos amigos que han contribuido con su certera opinión en esas recomendaciones, en especial la de mi querido amigo hoy desaparecido Eduardo García, a pesar de la distancia siempre tenía sugerencias acertadas. En la última ocasión que hablamos de este tema me indicó que leyera Mantra de Rodrigo Fresán y Velocidad de los jardines de Eloy Tizón.
Los consejos de los amigos siempre son bienvenidos. Fernando Riviriego me recomendó hace tiempo un libro delicioso que habla del Nueva York de comienzos del siglo XX La fabulosa taberna de McSorley y otras historias de Nueva York de Joseph Mitchell y que es muy instructivo para conocer el ambiente de los personajes de aquella época. Otras sugerencias son más recientes y no he podido leer sus propuestas por ser títulos actuales y estar las librerías al margen del acceso público para poder visitar y revolver entre sus libros. Aquí van algunos de esos títulos: Nacho Gutiérrez y Elena Sánchez me aconsejan Lectura fácil de Cristina Morales; Diego Sánchez, Sapiens (De animales a dioses) de  Yuval Noah Hariri; Lola Martínez me añade este otro, El pentateuco de Isaac de Ángel Wagenstein. 
Con estas obras está asegurado el placer por la lectura.

 © Lola Martínez

viernes, 15 de mayo de 2020

James Stephens


JAMES STEPHENS y LA OLLA DE ORO


James Stephens (1882-1950) fue un poeta, dramaturgo y novelista irlandés con escasa obra publicada en español, tan solo el diario La insurrección de Dublín y las novelas La hija de la mujer de la limpieza y La olla de oro. Stephens fue amigo de James Joyce hasta el punto de que éste le confió el final de su novela inextricable Finnegan's Wake, aunque al final el creador de Ulises la acabó por su cuenta.
No sé de qué manera llegó a mis manos La olla de oro, una novela de tintes surrealistas y con referencias a la mitología irlandesa publicada en español por la editorial Siruela. En ella las situaciones irreales y el humor están presentes en cada momento. Me recuerda a algunos fragmentos de Alicia en el país de las maravillas; pero es en determinadas sentencias ‒a veces del narrador, a veces del personaje Filósofo‒ donde se encuentra la verdadera belleza de esta novela. Fíjense si no en estas: 
“La curiosidad suele vencer al miedo con más fuerza incluso que el valor”. 
“El bien y el mal son dos guisantes en la misma vaina”. 
“Vivimos el tiempo que se nos permite y tenemos la salud que nos merecemos”. 
“El fin yace escondido en el principio”.
“La palabra tiene mucho más poder del que mucha gente se imagina”.
“En la génesis de la vida, el amor está en el principio y en el fin de todo”.

Los seres mitológicos irlandeses (leprecauns, Angus Óg), coinciden en la novela con personajes que son reconocidos por sus nombres (Caitilin, Seumas, Brigid) o por sus características (la Mujer Flaca, el Filósofo). Los leprecauns son “hombrecillos (que) vestían trajes verdes ajustados, delantalitos de cuero y gorros verdes puntiagudos que se bamboleaban al moverse. Todos andaban muy ajetreados haciendo zapatos.” Necesitan una olla de oro que les identifica y ese es el motivo de la novela. Angus Óg es el dios del amor que permite resolver el conflicto de la obra y quien consigue el amor de Caitilin, secuestrada antes por el dios Pan.

Merece la pena recordar algunos fragmentos de la novela que son memorables:
Qué es más importante, la Tierra o las criaturas que se mueven sobre ella? Únicamente la arrogancia intelectual puede insinuar esta pregunta, porque en la vida no hay mayor y menor. Lo que es justifica su propia importancia por el mero hecho de existir, pues ése es el gran logro común.

Creo que la belleza tiende a ser espantosa a medida que se hace perfecta, y que, si pudiéramos captarla en su totalidad, veríamos que la belleza extrema es de una fealdad desoladora, y la belleza absoluta y última recibe el nombre de Locura. Por lo tanto, los hombres deberían buscar la amabilidad con más ahínco que la belleza y tendrían siempre cerca a un amigo que les comprendiera y les consolara, pues ésa es la tarea de la amabilidad, pero la de la belleza... nadie en absoluto sabe cuál es.

Caitilin “había llegado a comprender la terrible tristeza de los dioses y por qué Angus Óg lloraba en secreto; porque a menudo lo había oído llorar por la noche y ella sabía que lloraba por los que eran desgraciados y que seguiría siendo inconsolable mientras hubiera en el mundo personas tristes o actos malvados. La propia felicidad de Caitilin también se había infectado de la desdicha ajena, hasta que supo que nada le era ajeno, y que en realidad todas las personas y todos los seres vivos eran sus hermanos y hermanas y que ellos vivían y morían en la aflicción; finalmente supo que no había hombres sino género humano, ni existía el ser humano sino sólo la humanidad. Nunca más volvió a encontrar placer en la satisfacción de un deseo, porque el sentido de su individualidad había sido destruido: ella no era sólo un individuo; era también parte de un poderoso organismo destinado a lograr su unicidad mediante cualquier esfuerzo, y este gran ser era triple, abarcando en su poderosa unidad a Dios, al Hombre y a la Naturaleza.”



En La olla de oro, tras un sencillo argumento, se esconde una profunda reflexión sobre la condición humana y su relación con el medio natural en igualdad de condiciones, sin jerarquías ni semejanzas divinas que propician ideas de la supremacía humana frente a otros seres vivos; del mismo modo, James Stephens nos habla de lo relativo que son determinados prejuicios y etiquetas con que nos vanagloriamos y la necesidad de cuestionar con juicio crítico ciertos valores ‒hoy diríamos que especialmente los medios de comunicación nos imponen con su poder de emisión algunas opiniones al considerarnos meros pasajeros receptivos‒; por fin, hay un elemento fundamental en la obra que es necesario recalcar y es el de la compasión hacia otras personas, el de reconocer la debilidad de otros y buscar su consuelo, ya que todos formamos parte de un todo en el que estamos inevitablemente relacionados: el dolor o la felicidad de cualquiera de sus integrantes suponen la pena o el placer de los demás respectivamente.

miércoles, 13 de mayo de 2020

De los años y el amor


DE LOS AÑOS Y EL AMOR

Garcilaso de la Vega (1501?-1536) no sólo imitó a Francesco Petrarca (1304-1374) en la forma de sus poemas al escribir en los mismos metros que el poeta italiano, como la canción o el soneto, también hay claros indicios de que en lo relativo al contenido reprodujo los mismos temas que él, especialmente en el amoroso, como ha reconocido la crítica en este artículo del profesor Andrés González Sánchez y se aprecia en los versos que dan pie al título de esta entrada. Los de Petrarca son, según la traducción de Jacobo Cortines para la edición del Cancionero de la editorial Cátedra:

Cuando me paro a contemplar los años,
y veo mis pensamientos esparcidos,
y el fuego en que ardí helándome apagado,
y acabada la paz de mis afanes,

rota la fe de engaños amorosos,

dividido en dos partes mi bien todo,
una en el cielo y otra aquí en la tierra,
y perdido el provecho de mis males,

en mí vuelvo, y me encuentro tan desnudo

que envidia siento por cualquier destino:
tanto dolor y miedo de mí tengo.

¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Muerte, o Hado,

oh siempre para mí dulce cruel día,
cómo en tan bajo estado me habéis puesto!


El soneto de Garcilaso presenta también el triste estado en que se encuentra el poeta y se lamenta del amor perdido:

Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello;

que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?



Influidos por la temática del amor cortés los poetas medievales y de principios del Renacimiento concebían a la amada como un ser bellísimo, superior, esquivo y ajeno a la voluntad del amante. En ambas estrofas observamos el quejido amoroso, pero es en el soneto de Petrarca donde es más acuciante la realidad de los pesados años del poeta. En los dos poetas coincide la circunstancia de enamorarse de una mujer casada y fallecida en su juventud y a la que ensalzan en su obra. Laura es Petrarca, como Isabel lo es a Garcilaso.

Laura es asimilada por Petrarca como laurel, pues este árbol es identificado con Apolo, con el arte, con el poder de la profecía, como sugiere el profesor Javier Salazar Rincón en su artículo “Sobre los significados del laurel y sus fuentes clásicas en la edad media y el siglo de oro; en otras en ocasiones el poeta italiano se refiere a su amada como lauro o el auro, es decir, el oro. Este juego paronomástico también lo encontramos en Garcilaso, pero su amante Isabel es camuflada con el aparente anagrama de Elisa que encontramos en su égloga primera:“¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,/cuando en aqueste valle al fresco viento/andábamos cogiendo tiernas flores,/que había de ver con largo apartamiento/venir el triste y solitario día / que diese amargo fin a mis amores?

Los dos sonetos de estos autores tuvieron un eco muy preciso en la obra de algunos poetas posteriores, quizás más influidos por el poeta castellano como apunta la profesora Nadine Ly en su artículo “La rescritura del soneto primero de Garcilaso”. En él se pueden encontrar los textos de los imitadores, como Gaspar Gil Polo, Juan de Mal Lara, Luis de Camoens, Santiago de Córdoba, una posible atribución a Fray Luis de León, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, e incluso algunos sonetos paródicos muy divertidos que conviene leer; pero en ese artículo también encontramos los precedentes y no sólo el célebre soneto de Petrarca, sino también versos similares de Ovidio y de Dante en su Divina comedia.

Sin embargo, yo quería celebrar la existencia de un soneto de un amigo entrañable que concuerda plenamente con todos estos presentados hasta aquí. Me refiero al soneto que Antonio Muñoz Frías titula “Cuando mi verso y mi voz estén callados” y que pertenece a su última publicación Sonetos que al alma sanan publicado por la editorial Alfasur el año pasado.

Al contemplar de mi vida lo pasado,
y verla ya agotada, tan herida,
presumo que fue mal gastada y perdida,
y tiempo y primavera no he gastado.

Cuando mi verso y voz, ande olvidado
y olvidadas las horas de mi vida,
mi camino dará por no tenida
las huellas que en la vida haya dejado.

Mis lágrimas serán como lloradas
en llanto derramado, sin motivo
y por ríos, al mar serán llevadas.

Varado mi barco, y yo cautivo
en las olas del mar, alborotadas,
en ti y en tu recuerdo estaré vivo.

© Manuel J. Fernández

El poeta amigo con sus casi noventa y cuatro años es el autor de este soneto y, a pesar de que mezcla el verso dodecasílabo con el endecasílabo y los puristas podrían despreciarlo, considero que es un bellísimo poema que reúne admirablemente la sabiduría de la tradición lírica de épocas pasadas. Las fotografías pertenecen a la presentación de su libro en la Biblioteca de la Cadena de Pinto el 15 de marzo de 2019 y las hizo mi amigo Manuel J. Fernández.

© Manuel J. Fernández

lunes, 4 de mayo de 2020

Rafael Argullol


DICHOSA PERFECCIÓN

Antes de que viéramos en los medios de comunicación las terribles oleadas de inmigrantes en Lampedusa, antes de que se convirtiera en la isla de los espíritus dolientes, el profesor Rafael Argullol había confirmado el carácter paradisíaco de esta isla italiana en la novela con ese mismo título Lampedusa. Sus opiniones en los temas sociales y culturales de este filósofo, novelista, poeta y divulgador en medios de comunicación es digna de resaltar, especialmente por su implicación con la realidad de esos inmigrantes que buscan refugio en las costas europeas.
Rafael Argullol ya había diagnosticado la tragedia desde la mitología, algunas obras literarias y otras circunstancias históricas en El fin del mundo como obra de arte, quizás anticipándose a la realidad con que nos sumergimos en estos días tan dramáticos. De igual modo, en su novela La razón del mal anunciaba una pandemia, si bien de índole espiritual. En algunas de sus obras observamos que todo desemboca en un fatal desenlace sin necesidad de oráculos.
En algunos escritores ya encontramos esos mismos augurios: “Pienso si todo en la vida no será la degeneración de todo”, dice Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego. “Todas la imágenes desaparecerán”, señala Annie Ernaux al comienzo de Los años, y en uno de mis poemas de Anónimos:”Esconde las manos creadoras/y di que todo ha sido construido/para la destrucción.”, aparecía ese mismo diagnóstico trágico, al igual que en mi entrada anterior titulada “De sombra y ruinas”.
Este anuncio de la desolación propia del mundo romántico como interpretación nostálgica, ya lo sugería Argullol en La atracción del abismo: “no es solamente la expresión de la desesperanza o el reconocimiento de la caducidad humana, sino también la materialización de una protesta contra una época a la que se considera desprovista de ideales heroicos.”

En relativo contraste a ese pensamiento destructivo en una conferencia titulada El lujo y su sombra. Pasado y presente en el CaixaForum de Madrid en octubre de 2019 con motivo de la exposición Lujo: la imagen del poder en la antigüedad. De los asirios a Alejandro Magno, el profesor Argullol resumió al final de su discurso un decálogo digno de tener en cuenta sobre su pensamiento de lo que podríamos considerar hoy como “lujo”. Ese decálogo, si no recuerdo mal, estaba integrado por los siguientes conceptos: espacio, tiempo, conversación, descubrimiento, silencio, jovialidad, lentitud, hospitalidad, viaje y compasión. Alguno de ellos ya estaba esbozado en “Siete argumentos para defender la poesía en medio del ruido”, publicado en su libro Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza.
En la realidad que vivimos hoy de confinamiento esas ideas de espacio y viaje quedan evidentemente fuera de una posibilidad inmediata; sin embargo el resto mantienen su disponibilidad. Más que nunca el tiempo, el silencio y la lentitud se nos hacen presentes. La solidaridad y la compasión son de absoluta necesidad, pues las diferencias sociales, determinadas actitudes políticas y bélicas y la voracidad de los emporios económicos provocan ese aumento de familias empobrecidas y constantes flujos de población buscando el refugio de la supervivencia. La conversación y el contraste de opiniones respetando argumentos contrarios a nuestros puntos de vista son fundamentales para una convivencia sana. Por fin, el deseo de ser como el niño que busca y curiosea hasta descubrir, sea en la conversación, en lecturas o en la observación, pensamientos nobles de personalidades que realmente nos aportan un enriquecimiento personal, nos llevarán a la idea final y que más necesitamos, que es la jovialidad. Ese deseo de bienestar que conduce a la aspiración individual de autorrealización.
Sin duda, el profesor Rafael Argullol se halla entre esas personalidades capaces de aportarnos brillantes ideas que inevitablemente nos trasladan a ese deseado bienestar y a esa dichosa perfección.

sábado, 2 de mayo de 2020

Un banquero codicioso


UN BANQUERO CODICIOSO

En el año 2004 representé con mis alumnos del Taller de Teatro del IES Parla II una farsa en la III Muestra de teatro en el Jaime Salom de esa localidad madrileña. Se trataba de El banquero codicioso, una versión muy libre de una pieza corta escrita por el argentino Roberto Blanco, creador durante las décadas de los años 60 y 70 de obras de títeres que representaba en los barrios Boca y Barracas de Buenos Aires, también fue fundador de la Asociación de Titiriteros de Argentina y entusiasta del teatro de este subgénero como Javier Villafañe, Cándido Moneo o Roberto Cossa.
Yo solía impartir los talleres de teatro en el instituto y todos los años venían alumnos nuevos a esa asignatura por lo que necesitaba adaptarme al grupo si quería participar con ellos en las sucesivas muestras dirigidas por María José Pascual. En aquellas muestras participaban Olga Reguilón, David Peralto y José Luis Arellano, creadores de la escuela municipal de teatro que fue el germen de la actual Joven compañía.
Al comienzo de cada curso visitaba la Cuesta Moyano o la Biblioteca Nacional con el deseo de localizar piezas que se adaptaran al nuevo grupo de futuros teatreros. El siguiente paso era adaptar la obra al elenco correspondiente. En aquellos años ni Valle Inclán ni García Lorca ni Baroja ni Cervantes ni Dürrenmatt u otros tuvieron inconveniente alguno en que mutilara o modificara sus obras, por supuesto, con todos los respetos a estos gran autores.
En el caso concreto de El banquero codicioso recuerdo que localicé en la Biblioteca Nacional una breve antología de piezas de teatro de títeres. Entre ellas me gustó una con el mismo título que luego utilicé yo. Se trataba de una pieza de cuatro páginas para cinco actores escrita, como he dicho más arriba, por Roberto Blanco.
La obrita tuve de adaptarla a mis alumnos y prácticamente reescribirla. Había pensado en convertirla en una pieza de teatro de sombras y debía transformarla de manera que mis casi veinte alumnos tuvieran un papel en ella. El teatro de sombras permitía que el temor de los adolescentes a verse delante de sus compañeros en la muestra se mitigara con esa tela, aunque el contorno oscuro de ellos y su voz les delataría inevitablemente. Así fue como aquella obra para títeres de cuatro páginas se convirtió en otra de dieciséis. Al año siguiente una fotografía de nuestra representación formó parte del programa de mano de la muestra de 2005, como se aprecia en la fotografía inferior.
En 2017 decidí incluir la obra en la publicación de Ediciones Irreverentes con el título de Un banquero codicioso junto a Instituto público, otra obra de la que he hablado en una entrada anterior.
Mi amiga y compañera de tareas educativas Mila Domínguez decidió ponerla de nuevo en escena con sus alumnos del IES Avalon de Valdemoro. Se representó en el teatro Juan Prado de esa localidad madrileña en mayo de 2019 igualmente como teatro de sombras y fue todo un honor ver representada la adaptación de aquella pieza originalmente creada para títeres por Roberto Blanco.

© Carlos Tejero

© Nuria Saiz Gómez