lunes, 21 de septiembre de 2020

So Ham

 SO HAM

So Ham es un mantra sánscrito relacionado con la idea de solidaridad o empatía con otras personas u otros seres, pues significa “yo soy esa persona” o “yo soy eso”, también es el mantra que utiliza con frecuencia el maestro taoísta Juan Li en sus sesiones y prácticas. Todas esas prácticas tienen como fuente de inspiración ese deseo de compartir y resolver las dificultades, promesas y decisiones no cumplidas de la familia, entendiendo a esta como toda la humanidad, e incluyendo también las de aquellos que nos precedieron y que por circunstancias se quedaron en el limbo de lo incumplido. Se trata por tanto de la compasión hacia los demás en su más alto grado. 

Un ejemplo de compasión, de empatía, lo encontramos en la novela de Milan Kundera La insoportable levedad del ser, donde el escritor checo, después de expresar el sentido etimológico de la palabra (formada por el prefijo com- y el sustantivo passio, ‘padecimiento’) y considerar cierta connotación negativa del término, pues puede significar que la situación de quien compadece es mejor que la de quien sufre,  nos indica que  tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor.” Y lo ejemplifica con un sueño del personaje de Teresa: “soñó que se clavaba agujas entre las uñas” y el médico Tomás “le cogió la mano y le besó las yemas de los dedos, porque en ese momento él mismo sentía el dolor debajo de las uñas de ella, como si los nervios de sus dedos condujeran directamente a la corteza cerebral de él.”

Un ejemplo contrario de no compadecerse de otros lo tenemos en la novela de Eric Vuillard El orden del día. Esta novela histórica recibió el Premio Goncourt en 2017 y relata cómo las grandes empresas alemanas contribuyeron al advenimiento del nacionalsocialismo y de cómo Hitler conminó al mandatario austriaco a su sustitución por otro de ideología nazi.

…en Viena el canciller Schuschingg recibe un ultimátum, de Adolf Hitler. O retira su proyecto de plebiscito, o Alemania invade Austria. […] Transcurren cuatro interminables horas. A las dos de la tarde, Schuschingg, tras mandar a paseo la comida, anula por fin el plebiscito. Uf. Todo podrá seguir igual que antes: los paseos a orillas del Danubio, la música clásica…

Pero no. El monstruo es más goloso que él. Ahora exige la inmediata dimisión de Schuschingg y que Seyss-Inquart lo sustituya en el puesto de canciller de Austria. Nada menos. «¡Qué pesadilla! ¡esto no acabará nunca!» En sus tiempos de prisionero de los italianos, de joven, durante la Primera Guerra Mundial, Schuschingg debería haber leído los artículos de Gramsci en vez de novelas de amor; tal vez entonces se habría tropezado con estas líneas: «Cuando discutas con un adversario, procura meterte en su pellejo». Pero nunca se ha metido en el pellejo de nadie, a lo sumo se embutió el traje de Dollfuss, tras haberle lamido las botas durante unos años. ¿ponerse en el lugar de alguien? ¡Ni le cabe en la cabeza a qué puede conducir eso! No se metió en el pellejo de los obreros apaleados, ni en el de los sindicalistas detenidos, ni en el de los demócratas torturados. ¡Ahora sólo le falta meterse en el pellejo de los monstruos! Duda. Es el ultimísimo minuto de su última hora. Y después, como de costumbre, capitula. Lo suyo es la fuerza y la religión, el orden y la religión, dice que sí a todo lo que le piden. Basta con que no se lo pidan amablemente. Dijo no a la libertad de los socialdemócratas, con firmeza. Dijo no a la libertad de prensa, con coraje. Dijo no al mantenimiento de un parlamento elegido, Dijo no al derecho a la huelga, no a las asambleas, no a la existencia de otros partidos que no fueran el suyo. Sin embargo, es el mismo hombre a quien después de la guerra la noble Universidad de Saint Louis, en Missouri, nombrará profesor de ciencias políticas. Seguro que sabía un montón de ciencias políticas, él que supo decir no a las libertades públicas. Así pues, transcurrido el breve minuto de vacilación –mientras en la cancillería penetra una cuadrilla de nazis–, Schuschingg el intransigente, el hombre del no, la negación hecha dictador, se vuelve hacia Alemania, la voz ahogada, la jeta colorada, los ojos húmedos, y pronuncia un débil «sí».*

*  La cita es un poco extensa, pero creo que merece la pena incluirla. 

Otra muestra nos la ofrece el premio Nobel Peter Handke en su poema "El reparto de bienes". En él plantea la idea de que hacemos nuestro aquello que nos favorece o deseamos; sin embargo, cuando eso no sucede no nos apiadamos de los demás:

Guardar silencio / acerca de aquellos casos / en los que no merece la pena / hablar de MI y NUESTRO; / por ejemplo, de / MI manzana agusanada; / por ejemplo, de / NUESTRA bombilla rota; / por ejemplo, de / MI cerilla mojada…

Guardar también silencio / acerca del caso / de un padre / que frente al cuerpo de su hija mutilada / por los neumáticos gemelos de un camión dice: / esta NO es mi niña, / esta NO es mi niña…

Guardar también silencio / acerca del caso / de un loco / que exclama durante el viaje: / esta NO es mi voz, / esta NO es mi voz… / y también / acerca del caso / del que tiene un orden de busca y captura / y que frente a la orden requisitoria afirma: / este no soy YO, / Este no soy YO.

Guardar silencio.


Los tres ejemplos son literarios, aunque uno tenga un trasfondo histórico. Sin embargo, nuestra realidad merece una atención especial, ya que algunos acontecimientos actuales en el mundo -como el de las víctimas en las guerras de Siria, de Yemen, el de los refugiados en Samos y en Lesbos (Grecia), el de los inmigrantes que llegan en patera a las costas del Mediterráneo, el de las mujeres asesinadas en América Latina y en todo el mundo por la violencia doméstica, el de la desprotección de los indígenas por la deforestación de la región del Amazonas…- merecen que este sentimiento no solo de compasión, sino de solución por parte de organismos internacionales, se extienda entre nosotros. En definitiva, como decía mi compañero el profesor de filosofía Fernando López Laso, si no consideramos como propio el problema de los demás, no conseguiremos un mundo de justicia universal.  


viernes, 11 de septiembre de 2020

Paraíso reclamado

 PARAÍSO RECLAMADO

Cada vez nos alejamos más de la naturaleza. Vivimos rodeados de cemento, incluso uno de los parques públicos al norte de Pinto se encierra entre bloques de cemento y no invita a pasear entre las acacias y los arriates que se distribuyen por un pequeño espacio.

Hay otro parque en la zona sur donde predomina el arbolado de chopos, castaños, guindos y pinos y también arbustos diversos, además de un gran estanque donde los patos se zambullen; si bien hay zonas que requieren una reforestación inmediata. Al principio de la inauguración encontrábamos espliego, salvia, romero y otras plantas aromáticas, ahora muchas han desaparecido o necesitan un cuidado constante.

A veces es posible ver cómo algunas semillas espolvoreadas por el viento tratan de sobrevivir entre esos armazones de hormigón y su verdor contrasta con el gris. La mano del hombre devora el instinto natural.

Si no hay una ocupación inmediata en buscar medios sostenibles en la construcción y en otras profesiones que tienen una implicación directa en la destrucción del medio, nos irá muy mal; de hecho, según la opinión de algunos grupos ecologistas la situación de nuestro ecosistema es irreversible: hemos deteriorado tanto nuestra naturaleza que ya no hay vuelta atrás, tenemos que adaptarnos a un medio ambiente en esas condiciones de deterioro. Así nos lo insistía Jorge Riechmann en un encuentro en febrero de 2014 en la biblioteca de la Casa de la Cadena de Pinto a través de una serie de debates que propiciaba el profesor Ignacio Gutiérrez mensualmente y del que se puede tener información en la página web que aún existe: http://respublicapinto.50webs.com/. Como el propio Riechmann señala en El siglo de la gran prueba, ya no cabe “aspirar al paraíso, sino evitar el infierno.” No podremos volver a una naturaleza virgen sin la intervención indigna y devastadora del hombre, pero es el hombre quien deberá resolver este conflicto por su propia supervivencia.

Para combatir la indiferencia y la ineptitud de los gobiernos en materia de recuperación de un ecosistema sostenible, sirva de modelo la iniciativa que Umberto Pasti nos cuenta en Perdido en el paraíso (Barcelona: El Acantilado, 2020. Tr.: José Ramón Monreal). La obra es una muestra de cómo un pedregal en Rohuna, en la costa atlántica marroquí cerca de Tánger, puede convertirse en un vergel gracias a la perseverancia de este diseñador de jardines que tuvo que luchar contra la voracidad de especuladores a quienes no les importaba dañar el medio, aun a pesar de ser para algunos un extranjero, un nazrani. Su tenacidad tiene como origen el amor por la vegetación, hasta el punto de identificarse con este jardín paradisíaco. “Mi cuerpo se ha convertido en este lugar”, dice al comienzo del libro y más adelante añade:

Ando vagando por entre los diferentes espacios. Este jardín soy yo, por eso lo conozco tan bien. Bajo los escalones, tomo por el sendero, observo el valle y el mar que lo baña y, nítida como la primera vez, cuando me adormecí bajo la higuera, se perfila en mi mente la imagen de cómo será, de cómo ha sido siempre, justo encima de la casa, la hilera de almendros bajo los cuales florecen en invierno los narcisos y las dalias de verano; allí al lado, el invernadero para los limoneros y la rosaleda, y los arriates que celebran la fiesta campesina de las zinnias y de los clavelones. (p. 60)

Es tan fuerte su entrega a la creación de este jardín, del que se puede ver una muestra en el siguiente enlace: https://www.elblogdelatabla.com/2018/05/umberto-pasti-perdido-jardin-rohuna-marruecos.html, que se convierte en su propio hijo:

Asistir a la maduración de un jardín que se ha hecho de la nada…, creo que es como ver crecer a un hijo. Temores para el futuro, mirada crítica sobre los defectos, muchas aspiraciones frustradas por la realidad…, pero también un orgullo inmenso, un orgullo indecible, porque un jardín es un niño que se asoma al mundo. (p. 242)