Probablemente alguno de mis
amigos de las tertulias a las que acudía en los años ochenta y noventa, que
ya he mencionado en otra entrada, me
sugirió que se acababa de publicar Edad (1989) de Antonio Gamoneda en la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. Conocer
esa obra de este magnífico poeta me sorprendió gratamente hasta el punto de que aquel
ejemplar lo presté poco tiempo después hablando maravillas de él, pero… tuve que
comprar otro ejemplar.
Me llamaba la atención de la
obra del maestro la manera encubridora de algunos de sus poemas. La realidad
que había vivido el autor se manifestaba en muchos de los textos a partir de
sus silencios, y reflejando con insistencia emotiva una realidad que dañaba las
conciencias. Baste como ejemplo el poema incluido en su obra Lápidas (1977-1986) titulado “Desde los
balcones”.
Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el
rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el
movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el
grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una
orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor
de la muerte.
(Mi madre, con los ojos muy
abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi
espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las
habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró
las hojas del balcón lentamente).
Esa exasperación y el canto de los mineros, probablemente por su
lucha constante no solo contra el mineral excavado en condiciones infrahumanas,
también contra el propietario de la mina y contra el estado totalitario y
tolerante con la opresión, contrasta con la imagen de silencio exigido por la
madre y produce que la palabra prohibición
aumente significativamente y manifieste, como se indica en sus memorias, esa idea de clandestinidad.
En sus memorias publicadas por Galaxia Gutenberg, Un armario lleno de sombra y La pobreza, Antonio Gamoneda pasa
revista a su infancia y juventud, sin embargo no se conforma con la narración
de hechos de su pasado, también nos cuenta aspectos de su vida reciente,
incluso de algunos encuentros con amigos en restaurantes indicando el menú o citando
las medicinas que toma o los momentos en que la fractura de la edad se quiebra.
En ocasiones, él mismo se da cuenta de que algún fragmento difiere de la
intención que perseguía asumiendo que se trata de escritura automática, pero no
considera que se deba eliminar y lo deja porque cree que forma parte de su
visión particular del mundo. Entre esos fragmentos me interesa rescatar su
visión irracional del hombre; para él, “la
democracia consolida, alberga y encubre los totalitarismos económicos, y se ha
hecho «natural» identificar como democracia a lo que lleva dentro una dictadura.”
Echa de menos al hombre empático (“el
«miembro» más racional, creativo y generoso de la subjetividad humana”) y
cree que los ciudadanos tienen en su mano la posibilidad de cambiar el signo de
los tiempos con una acción conjunta: “la
abstención consumista”, aunque ello provocaría una alarma en el poder
constituido hasta el punto de exterminar con todas sus armas esta conciencia
revolucionaria. Esta idea, que es brillante, aunque muy improbable, requiere un
análisis más detenido: efectivamente, la publicidad y el deseo de todos los
poderes políticos y económicos, no se cansan de hacernos creer que el mundo de
felicidad se encuentra tras el consumo constante de bienes y ello nos impide distinguir
entre lo imprescindible y lo necesario para vivir y rechazar lo superfluo o incluso lo realmente inútil.
Llama la atención su idea sobre la poesía y su exclusión de los
géneros literarios tradicionales al considerar que no es literatura, pues “La poesía nace de un saber desconocido y,
en nuestra tradición y en nuestros días, bajo condiciones de aparente
irrealidad lingüística, crea, en sí misma, una realidad que, simultáneamente es
también conocimiento del inicial saber desconocido.” En otro momento dice: “La poesía es generación sucesiva de un lenguaje
transfigurado en su origen.” Evidentemente, la literatura desde principios del siglo XX ha alterado todos los cánones tradicionales y hoy ya es imposible aplicar con criterio.
Cuenta en sus memorias que casi siempre ganaba los premios poéticos a los que se
presentaba y por los poemas que he podido leer su genialidad se desborda en cada
uno de ellos. He seleccionado dos: el primero se titula “Hablo con mi
madre” (Blues castellano, 1982) y
parecería que es una respuesta al poema que hemos incluido más arriba:
Mamá ahora eres silenciosa como la ropa
del que no está con nosotros.
Te miro el borde blanco de los párpados
y no puedo pensar.
Mamá:
quiero olvidar todas las cosas
en el fondo de una respiración que canta.
Pasa tus manos grandes por mi nuca
todos los días para que no vuelva
la soledad.
Yo sé que
en cada rostro se ve el mundo.
No busques más en las paredes, madre.
Mira despacio el rostro que tú amas:
mira mi rostro en cada rostro humano.
He sentido
tus manos.
Perdido en el fondo de los seres humanos te he
sentido
como tú sentías mis manos antes de nacer.
Mamá, no
vuelvas más a ocultarme la tierra.
Esta es mi condición.
Y mi esperanza.
El segundo poema pertenece a Arden
las pérdidas (2003) y en él se aprecia el pesimismo que también destilan
sus memorias:
Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel
enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.
Sólo quiero sentir esta
luz en mis manos
y desconocer todos los
rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón
y que los pájaros pasen
ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.
Hay
grietas y sombras en
paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá
paredes blancas.
Es la vejez. Fluye en
mis venas como agua atravesada por gemidos. Van
a cesar todas las
preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la
vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.
Es la agonía y la
serenidad.
Quizá soy transparente y
ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya
la única sabiduría es el
olvido.