domingo, 14 de febrero de 2021

MARGARITA JEREZ

 In memoriam de Margarita Jerez


Curso 1990-1991 IES Villa de Valdemoro

    Es difícil encontrar en una persona la sencillez y el compromiso para desarrollar correctamente cuanto uno pretende en esta vida. Con esa naturalidad y ese arrojo Margarita Jerez, nuestra amiga y compañera de tareas educativas, se caracterizó en todo momento. Lamentablemente, hace unos días supimos de su fallecimiento.

   Coincidimos con ella mi mujer Isabel y yo en el instituto público de Valdemoro hace la friolera de treinta años. Allí junto a otros compañeros (Trini, Lourdes, Ana, Paz, Rosa Esther, Pilar, Rosa, Juan...) conocimos las cualidades humanas y profesionales de Margarita: su preocupación y sus inquietudes culturales tenían como foco la búsqueda de materiales educativos, no sólo para sus alumnos, también para los compañeros que compartimos con ella el Departamento de Lengua. Conservamos algunos de esos materiales didácticos que generosamente nos ofrecía y aún hoy los sugerimos a otros compañeros como una rueda inacabable; como el célebre texto de La escuela vacía de Tahar Ben Jelloum.

   De la época en el centro recuerdo un hecho que hoy se me antoja entrañable y dice mucho de la calidad humana de Margarita. A la sazón ella era jefa de estudios y llevaba su tarea con la dedicación plena que le caracterizaba en todo aquello que emprendía. Se había comprometido con varios alumnos, probablemente de segundo o de tercero de BUP, en realizar un viaje de fin de curso. La salida estaba organizada y la persona que la acompañaría en el último momento no pudo ir al viaje dejando en la estacada a Margarita. En un claustro, donde ella confirmó que iría a la salida a pesar del abandono de esa persona, solicitaba que alguien se uniera a ella para cumplir la promesa que había hecho a los estudiantes. Al finalizar el claustro le dije que, si no había nadie que la pudiera acompañar, yo me ofrecía para hacerlo. En último término otra compañera fue con ella y el tema se resolvió favorablemente. Sin embargo, cuando llegamos en septiembre a los exámenes extraordinarios Margarita me regaló el cuaderno de trabajo teatral de las Comedias Bárbaras de Valle-Inclán que por aquel entonces se representaba en el Teatro María Guerrero de Madrid. Ella sabía de mi gusto por el teatro, pues ese curso yo había participado junto a otras compañeras en varias representaciones en el teatro municipal de Valdemoro[1], y así me agradecía con su habitual generosidad mi ofrecimiento, a pesar de que otra persona había realizado esa salida de fin de curso y no yo.  

   Recuerdo otro momento en su casa del norte de Madrid donde nos invitó un día a pasar con ella una jornada memorable, bañándonos en la piscina que compartía con otros vecinos. Entonces supimos de su nuevo destino en el IES María Guerrero de Collado Villalba, más cerca de su casa, donde también dejó la estela de su excelente personalidad.

   Tras su jubilación volvimos a vernos en varias ocasiones, en una cafetería de Argüelles donde ella participaba con otros amigos en un club de lectura, en el Salón de Libro Teatral en Lavapiés donde nos acompañó a mi mujer y a mí por la publicación de mi obra de teatro Instituto público o en la presentación de El eco de las voces en la Librería Los editores de Madrid.

   El librero de la caseta de libros de segunda mano de Alonso Martínez echará de menos sus detalles: ella le compraba algunos de los libros que le interesaban pagándolo como corresponde y luego, una vez leídos, se los devolvía para que los volviera a poner a la venta, por supuesto, sin reclamarle ningún dinero. Ella, amante de la lectura y de la cultura en general, cuando desalojó su casa de Madrid para irse a otra más pequeña y cómoda me regaló uno de sus libros más queridos, las Memorias del estanque de Antonio Colinas. Hoy lo conservo con grato recuerdo, al igual que su memoria.

 

Cortesía de Ángel Jerez



[1] Rosa lo hizo con La paz de Aristófanes, Trini con Yerma de Federico García Lorca y yo con El Horroroso crimen de Peñaranda del Campo de Pío Baroja. La labor de Rosa Esther, de Paz y de muchos alumnos en la búsqueda del atrezzo necesario y de la creación de los decorados fue extraordinaria.