MARISA
MADIERI
La
editorial Minúscula ha publicado dos obras de la escritora Marisa
Madieri (Fiume, 1938 - Trieste, 1996): Verde
agua en
2002 y El
claro del bosque, dos
años después.
Verde
agua es un breve diario de los tres años que transcurrieron
desde noviembre de 1981 a ese mismo mes de 1984 en que Marisa Madieri
nos relata el exilio que vivió con su familia desde Fiume ‒actual
Rijeka en Croacia‒, a Trieste y algunos momentos y reflexiones de
los años de escritura del diario.
Verde agua es el color del amor y representa el vestido que le
permitió a Marisa compartir y competir con sus compañeras de
bachillerato de un nivel económico superior, pues el éxodo y los
fracasos financieros del padre contribuyeron a la penuria familiar.
Con
serena claridad, pero con “una laguna gris de melancolía”, nos
cuenta su experiencia en su ciudad natal y en el Silos de Trieste,
donde se hacinaban los refugiados como ella y su familia, sin perder
la perspectiva de la realidad de esos años ochenta, junto a su
marido Claudio Magris y sus hijos, en que reconoce un pequeño
bultito en el pecho. Su compromiso de estos años se encuentra entre
la vida y la muerte; pues, como nos dice ella misma, “toda vida
contiene la semilla de la destrucción”; aunque en otra ocasión
admite que “nada muere nunca del todo”; por ello que estas
memorias nos resulten reveladoras de vida y una entrañable
identificación con quien sufre, así podemos decir con ella “debo
dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he
olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su
presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son,
quizá, mi vida misma.”
En
El claro del bosque Marisa Madieri toma como protagonista a
una margarita a la que denomina Dafne, como el personaje que se
convierte en laurel tras la persecución de Apolo. Dafne es la
interlocutora constante y a ella le dedica las historias más bellas
como la que se relata aquí:
Había una en
particular que a Dafne le gustaba muchísimo. La protagonista era una
piedra sencilla, de esas grandes y blancas de las que se encuentran
muchas dispersas desordenadamente en el suelo. La historia, que
apreciaba por varias razones, abordaba el misterio de la impenetrable
y turbia vida mineral, tan diferente de la llamativa y vulnerable,
violenta aunque seductora de los seres animados.
Dafne siempre
había mirado con curiosidad las piedras, sobre todo una que yacía
no demasiado lejos de ella, semiescondida entre la hierba y con un
aspecto venerable y rugoso. En la parte más baja recubría una
gruesa alfombra de musgo, un poco más arriba largas barbas
herrumbrosas despuntaban de una hendidura que la atravesaba
horizontalmente como una herida, en la parte que estaba en la sombra
colonias de líquenes la moteaban de planas verrugas amarillas. Sobre
el dorso, finalmente, en una pequeña cavidad en la que se había
depositado una capa de humus le crecía a modo de penacho una
plantita grácil pero de aire intrépido.
Qué
imperturbable era la piedra, a pesar de sus huéspedes más bien
entrometidos, tan inmóvil e imponente, siempre igual a sí misma.
¿Pero era
indiferencia lo que se expresaba? Según las horas del día y las
condiciones del tiempo, a Dafne le parecía que la piedra cambiaba de
humor. Con sol fuerte y cálido, por ejemplo, se volvía blanca y se
la veía feliz. Con la humedad, en cambio, se entristecía. Se
agrisaba y un halo plúmbeo invadía lentamente su superficie y se
alzaba a modo de abanico de la zona cubierta de musgo.
En
Verde agua
encontramos también esa atención con la
ternura de quien protege a los seres indefensos, como el conejillo de
Indias al que llaman Buffetto y que se mueve por la casa con total
tranquilidad, salvo cuando aparece la escoba, o como el gorrión
caído del cielo que acogió cuando se encontraba en el Silos de
Trieste, alimentado con pan mojado y yema de huevo hasta que un gato
lo devoró y desapareció en un “misterio sin rebelión”, ya que
“los animales afrontaban la muerte tranquilos.”
En
estos dos breves textos Marisa Madieri nos orienta con sus nobles
pensamientos donde la literatura es “el reino de la verdad”,
reino que se amplía en un profundo eco al semejar en ocasiones un
“fruto prohibido”, al que se llega con avidez hasta permanecer
ajenos a una realidad que nos desborda.
©
Isabel Gutiérrez