jueves, 23 de abril de 2020

Marisa Madieri

MARISA MADIERI

La editorial Minúscula ha publicado dos obras de la escritora Marisa Madieri (Fiume, 1938 - Trieste, 1996): Verde agua en 2002 y El claro del bosque, dos años después.
   Verde agua es un breve diario de los tres años que transcurrieron desde noviembre de 1981 a ese mismo mes de 1984 en que Marisa Madieri nos relata el exilio que vivió con su familia desde Fiume ‒actual Rijeka en Croacia‒, a Trieste y algunos momentos y reflexiones de los años de escritura del diario.
   Verde agua es el color del amor y representa el vestido que le permitió a Marisa compartir y competir con sus compañeras de bachillerato de un nivel económico superior, pues el éxodo y los fracasos financieros del padre contribuyeron a la penuria familiar.
   Con serena claridad, pero con “una laguna gris de melancolía”, nos cuenta su experiencia en su ciudad natal y en el Silos de Trieste, donde se hacinaban los refugiados como ella y su familia, sin perder la perspectiva de la realidad de esos años ochenta, junto a su marido Claudio Magris y sus hijos, en que reconoce un pequeño bultito en el pecho. Su compromiso de estos años se encuentra entre la vida y la muerte; pues, como nos dice ella misma, “toda vida contiene la semilla de la destrucción”; aunque en otra ocasión admite que “nada muere nunca del todo”; por ello que estas memorias nos resulten reveladoras de vida y una entrañable identificación con quien sufre, así podemos decir con ella “debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma.”

   En El claro del bosque Marisa Madieri toma como protagonista a una margarita a la que denomina Dafne, como el personaje que se convierte en laurel tras la persecución de Apolo. Dafne es la interlocutora constante y a ella le dedica las historias más bellas como la que se relata aquí:

Había una en particular que a Dafne le gustaba muchísimo. La protagonista era una piedra sencilla, de esas grandes y blancas de las que se encuentran muchas dispersas desordenadamente en el suelo. La historia, que apreciaba por varias razones, abordaba el misterio de la impenetrable y turbia vida mineral, tan diferente de la llamativa y vulnerable, violenta aunque seductora de los seres animados.
   Dafne siempre había mirado con curiosidad las piedras, sobre todo una que yacía no demasiado lejos de ella, semiescondida entre la hierba y con un aspecto venerable y rugoso. En la parte más baja recubría una gruesa alfombra de musgo, un poco más arriba largas barbas herrumbrosas despuntaban de una hendidura que la atravesaba horizontalmente como una herida, en la parte que estaba en la sombra colonias de líquenes la moteaban de planas verrugas amarillas. Sobre el dorso, finalmente, en una pequeña cavidad en la que se había depositado una capa de humus le crecía a modo de penacho una plantita grácil pero de aire intrépido.
   Qué imperturbable era la piedra, a pesar de sus huéspedes más bien entrometidos, tan inmóvil e imponente, siempre igual a sí misma.
   ¿Pero era indiferencia lo que se expresaba? Según las horas del día y las condiciones del tiempo, a Dafne le parecía que la piedra cambiaba de humor. Con sol fuerte y cálido, por ejemplo, se volvía blanca y se la veía feliz. Con la humedad, en cambio, se entristecía. Se agrisaba y un halo plúmbeo invadía lentamente su superficie y se alzaba a modo de abanico de la zona cubierta de musgo.

   En Verde agua encontramos también esa atención con la ternura de quien protege a los seres indefensos, como el conejillo de Indias al que llaman Buffetto y que se mueve por la casa con total tranquilidad, salvo cuando aparece la escoba, o como el gorrión caído del cielo que acogió cuando se encontraba en el Silos de Trieste, alimentado con pan mojado y yema de huevo hasta que un gato lo devoró y desapareció en un “misterio sin rebelión”, ya que “los animales afrontaban la muerte tranquilos.”
   En estos dos breves textos Marisa Madieri nos orienta con sus nobles pensamientos donde la literatura es “el reino de la verdad”, reino que se amplía en un profundo eco al semejar en ocasiones un “fruto prohibido”, al que se llega con avidez hasta permanecer ajenos a una realidad que nos desborda.

       © Isabel Gutiérrez

jueves, 16 de abril de 2020

Sombra y ruinas

DE SOMBRA Y RUINAS

   En ocasiones el azar permite que se cruce en tu camino algo inesperado que te hace reflexionar y dar un giro a tus pensamientos. No recuerdo bien si se trataba de buscar materiales para mis alumnos de bachillerato que estaban leyendo poemas de César Vallejo, tal vez Pedro Páramo de Juan Rulfo. Lo cierto es que me encontré con un vídeo de Daniel Reeves titulado "Sombra a sombra" y que reunía unos versos del poeta peruano y, no por leídos, me dejaron de sorprender; pues la unión de las imágenes desoladoras con los versos de Vallejo me llamaron la atención poderosamente. En el vídeo se aprecian restos de pueblos abandonados de España acompañados de una música andina, a veces religiosa, y la voz tenue del autor. Abundan los planos detalle, los encadenados y las imágenes de la destrucción de casas abandonadas. Recordaba de aquel entonces el recitado con los versos en castellano o al menos subtitulados, pero hoy se encuentran sólo en inglés.
   Son poemas desgarradores. Uno pertenece a Los heraldos negros (1919) y es una elegía escrita en memoria de su hermano Miguel que murió con 26 años en 1915. Vallejo tenía a la sazón 23 años. Como se cuenta en este enlace, Miguel era extrovertido y jugaba con su hermano César, mucho más tímido.

   Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
   Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: "Pero, hijos..."
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
   Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
   Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.


   Otro poema pertenece a Poemas humanos (1939) y tiene el mismo tono doloroso de la muerte que el propio Vallejo augurara en ese Paris de 1938:

   Todos han muerto.
   Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
  Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: "Buenos días, José! Buenos días, María!"
   Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
  Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
   […]
   Murió mi eternidad y estoy velándola.

   En el vídeo de Daniel Reeves se aprecia esa sensación de desolación y muerte que expresan los poemas. Permanece en el olvido el tratamiento que di de ese material a mis alumnos.

   Las ruinas y la muerte han sido temas atractivos y recurrentes en muchos escritores, especialmente en los poetas románticos. Lo pudimos comprobar durante el viaje que hicimos a Heidelberg el verano pasado con nuestros queridos amigos Elena y Nacho. Las ruinas del castillo ejercieron en los escritores románticos Joseph von Eichendorff, y Friedrich Hölderlin probablemente las mismas emociones que sentimos nosotros al contemplarlo paseando por los jardines que lo circundan y desde el Camino de los Filósofos, donde encontramos sendos monolitos dedicados a estos poetas alemanes. En el de Eichendorff aparece esta cuarteta: “Schläft ein Lied in allen Dingen / Die da träumen fort und fort / Und die Welt hebt an zu singen / Triffst du nur das Zauberwort.“ Habla de la poesía oculta en el mundo y en traducción de mi amigo Nacho sería: "Una canción duerme en todas las cosas / que sin cesar siguen soñando / y el mundo comienza a cantar / en cuanto encuentras la palabra mágica." La inscripción de Hölderlin se refiere a su poema elogiando a Heidelberg, son sus cuatro primeros versos: "Lange lieb ich dich schon, möchte dich, mir zur Lust, / Mutter nennen und dir schenken ein kunstlos Lied, / Du, der Vaterlandsstädte / Ländlichschönste, so viel ich sah." (La traducción de Federico Gorbea en la edición de la obra poética completa de Hölderlin, dice: "Hace ya mucho que te amo y quisiera / llamarte madre y ofrecerte una canción sencilla / Oh tú, la más hermosa / de todas las ciudades de mi patria que he visto."  

   Precisamente en mi libro El eco de las voces hay un poema titulado “ruinas” que surgió tras un retiro que hicimos en Riospaso con el maestro taoísta Juan Li y Escuela de Vida. Riospaso es un pueblo casi abandonado en el valle del Huerna, cerca de Pola de Lena en Asturias. Algunas de sus casas destruidas por el paso del tiempo me recordaban el pueblo de mis padres, Tomellosa de Tajuña en Guadalajara, también casi abandonado; aunque hay cierta actividad los fines de semana y eso ha contribuido a que el pueblo tenga una apariencia bastante bella.
   La nostalgia está presente en esas ruinas que se acercan a nuestros sentimientos más íntimos y profundos y que nos evocan que todo tiene un fin. He aquí mi poema:

Si el agua brotaba continua,
si el vergel asomaba a las puertas,
si la semilla germinaba con la bondad de los días
y el blando y cálido Apolo llenaba los huecos,
en qué momento la pérdida renunció al placer,
en qué momento se anunció el abandono.
Hoy ya no se blanquean las paredes,
ni siquiera hay lentitud en el paso del ganado,
sólo el silencio encontró su cauce
y la destrucción reveló la belleza.

Hay apenas tres peldaños que conducen al vacío
mientras resuena el rumor del torrente,
agua a la búsqueda del desnivel.
Aún se oyen varios pasos tras los senderos
y sólo el fuego de la Casina de Luisa
alumbra la soledad del Huerna.

Escondido en los vértices de la mirada
sobrevuela la imagen de la desaparición.

  El castillo de Heidelberg  © Carlos Tejero
      

Vista del castillo desde el Camino de los Filósofos  © Carlos Tejero





El valle del Huerna en Riospaso © Carlos Tejero

Casa abandonada en Riospaso © Carlos Tejero

miércoles, 15 de abril de 2020

Vera Brittain

TESTAMENTO DE JUVENTUD

   He leído con gusto las memorias de Vera Brittain, Testamento de juventud, (1925) publicadas por Errata naturae & Periférica. La escritora británica relata sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial con la objetividad que le facilita su actividad de enfermera en el frente de batalla. Sus reflexiones sobre aquella realidad son de una agudeza y aparente sencillez que llaman la atención. Tras sus pensamientos se esconde el deseo conciliador y pacifista. 
   Unos años antes, en 1889, la premio Nobel de la Paz, Bertha von Suttner había escrito la novela, también pacifista, ¡Abajo las armas!, y en su momento tuvo un gran eco porque la autora contaba biográficamente desde la perspectiva de quien pertenece a un ambiente militar; sin embargo, eso no impidió las consecuencias terribles de las guerras que asolaron el siglo XX. De igual modo, Testamento de juventud tampoco tuvo el eco suficiente para impedir la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos hace pensar que la cultura es ajena a las decisiones de políticos y poderosos. En otro lugar, nos encontramos los ciudadanos de a pie que recibimos con absoluta impotencia esos acuerdos.
   En la obra de Vera Brittain hay algunos fragmentos que son aplicables a la situación actual en todo el mundo y en especial a España. Fíjense en este:

   Desde aquellos años, los pacifistas han insistido a menudo -como en un valiente panfleto que leí hace pocos días- en que la guerra crea más criminales que héroes; en que, lejos de desarrollar cualidades nobles en quienes toman parte en ella, sólo saca lo peor de cada individuo. 

   Efectivamente, es muy fácil convertirse en un fiero depredador por el beneficio político propio a sabiendas de que la situación es incontrolada por incontrolable, dado que se ha presentado un acontecimiento nunca antes visto. Sí, me estoy refiriendo a esta pandemia que nos recluye a todos en nuestras casas, salvo  a quienes tienen la responsabilidad de atender y controlar como prescriben las autoridades. y, sin embargo, existen personas que tratan de intoxicar todo lo que se expande a través de sus medios de difusión.
   Observen este otro fragmento revelador, teniendo en cuenta que remite al periodo correspondiente al fin de la guerra en 1918. Curiosamente hace casi un siglo.

   No creo que haya Sociedad de Naciones, Pacto de Kellog ni Conferencia de desarme que logre rescatar nuestro pobre residuo de civilización de las fuerzas amenazadoras de la catástrofe, mientras no compartamos los procesos racionales de pensamiento constructivo y experimentemos ese elemento de sagrada belleza que, como un rayo de sol radiante rasgando una nube de tormenta, glorifica la guerra de cuando en cuando. 

    En estas memorias encontramos de manera descarnada esa realidad sangrante producida por la violencia, y en ellas hay momentos de verdadera nostalgia y de contemplación, como hacemos también hoy, de esa naturaleza ajena a la inquietud y a la desesperante actividad humana. Como en este fragmento que reproduce Vera de su amiga Winifred Holtby:

   A veces contemplo el atardecer y veo solo la sangre derramada de unos cuerpos que podrían haber sido venerados como dioses y llorados por unos corazones que al menos poseen una divinidad potencial. Podríamos ser tan felices… Hay tanta belleza, y tanta bondad… […] incluso en este sitio tan poco bonito, los crocos, que este año florecen tarde, y los capullos minúsculos de los majuelos poseen una hermosura casi alarmante. ¡Ojalá cantaran los pájaros bastante fuerte para ahogar el lamento que se eleva de la insensatez, la insensatez de los habitantes de este estúpido planeta!

  O en este otro de la propia autora que hoy celebramos, donde propone que nunca se olviden estos acontecimientos trágicos:

   Quizá, después de todo, lo mejor que podíamos hacer los que quedábamos era negarnos a olvidar, y enseñar a nuestros descendientes que recordábamos con la esperanza de que ellos, cuando le llegara el momento, tuvieran más poder para cambiar el estado del mundo que nuestra generación arruinada y destrozada. Si tan solo la nobleza que nosotros habíamos orientado a la destrucción pudiese de algún modo ser empleada por ellos en la creación, si el valor que nosotros habíamos consagrado a la guerra podían ellos emplearlo en pro de la paz, el futuro podría conocer la redención del ser humano, en lugar de un mayor descenso hacia el caos. 

sábado, 11 de abril de 2020

De lectura

DE LECTURA

El libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. Jorge Luis Borges

   Para el narrador de Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes -y probablemente para el propio novelista vallisoletano- el vicio o la virtud de leer depende del primer libro que se lea y del interés que suscite; si bien ese libro debe acercarse al lector de manera espontánea, pues es el lector quien debe descubrir ese mundo que se esconde tras ese mar de letras que conduce a ilustrar nuestra imaginación. Una vez que se inocula el veneno de la lectura, ese concebir con el autor mundos insólitos, inevitablemente asumimos que tras la realidad que nos rodea existe otra, a veces más atractiva, a veces más terrible. 
   Y siguiendo a Delibes, ese deseo de lectura está íntimamente relacionado con los libros, ya que el amante de los libros es un empedernido viajante del que tiene un pasaporte sin caducidad, como dice Irene Vallejo en su fascinante ensayo El infinito en un junco.

  Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido. Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte. Sentía avidez por la letra impresa. Y me la contagió. Fue ella la que me aproximó a los libros, a ciertos libros y a ciertos autores. En realidad, me abrió las puertas de este mundo. Señora de rojo sobre fondo gris, pág. 22.

   Esa búsqueda de referencias literarias constantes me recuerda los momentos en que mi mujer Isabel y yo buscábamos con delirio en la Biblioteca Nacional los materiales académicos que reforzaran nuestros hallazgos de literatura oral, pues desde los años noventa localizábamos informantes para nuestros trabajos de campo en la Axarquía de Málaga para la asociación SELICUP (Sociedad Española de Estudios Literarios de Cultura Popular) a la que pertenecemos desde antes del primer congreso en la Universidad de Sevilla con Manuel Cousillas como presidente. Esa experiencia enlaza con esa insatisfacción que propone Delibes y que sólo el tiempo impedía su continuación, porque la cadena de relaciones carece de fin.

   La lectura -y no solo de lo literario, también de las imágenes- es tan necesaria en este mundo actual como lo es saber interpretar los mensajes que vemos constantemente en los medios de comunicación; pues a veces no basta con la lectura aparentemente neutra y objetiva de sentido, especialmente aquellos mensajes interesados en hacernos creer u opinar algo a sabiendas de que es contrario a nuestro punto de vista y que a veces repetimos sin darnos cuenta. Es imprescindible ser críticos y conscientes de que en ocasiones hay intereses espurios en ciertos textos.

   Me gustaría acabar esta entrada con un fragmento de Una historia de la lectura de Alberto Manguel, quien fuera lector de Jorge Luis Borges, ya que nos expresa con claridad lo fundamental que es la lectura.

   …es el lector […] quien interpreta el significado; es el lector quien atribuye a un objeto, lugar o acontecimiento (o reconoce en ellos) cierta posible legibilidad; es el lector quien ha de atribuir sentido a un sistema de signos para luego descifrarlo. Todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos. Leemos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial. (Pág. 21). 

miércoles, 8 de abril de 2020

Miedo

MIEDO

   En mi libro Anónimos (Cuadernos del Laberinto, 2016) apareció este breve poema que hoy se muestra como una terrible predicción. Creo que todos sentimos esta emoción al carecer de la posibilidad de conocer a este enemigo invisible. 

                  A veces llega el miedo
              de improviso, sin espera,
              se sienta a tu lado,
              se alberga en tu espalda
              y, con rodeos, se burla
              de tu inocencia.

   Recuerdo que el poema le gustó a mi amiga y compañera de promoción Mayte García y en aquella época yo releía Las personas del  verbo (1982) de Jaime Gil de Biedma y, curiosamente, uno de sus poemas "El miedo sobreviene" me pareció tan similar en alguna idea...; sin embargo, cuando yo escribí mi poema no tenía ninguna intención de imitar al gran poeta catalán. Le comenté que no sabemos hasta qué punto permanecen en nuestro inconsciente algunos versos leídos que nos hacen volver sobre emociones intensas que hemos vivido y compartido con otros escritores en sus obras. He aquí el poema de Gil de Biedma:

                 El miedo sobreviene en oleada
              inmóvil. De repente, aquí,
              se insinúa:
              las construcciones conocidas, las posibles

              consecuencias previstas (que no excluyen
              lo peor),
              todo el lento dominio de la inteligencia
              y sus alternativas decisiones, todo

              se ofusca en un instante.
              Y sólo queda la raíz,
              algo como una antena dolorosa
              caída no se sabe, palpitante.

   Visto ahora con otra perspectiva es más que probable que la lectura de los poemas de Antonio Machado, al que he releído con mucha frecuencia por gusto y cuestiones académicas, hayan influido en ese poema mío. He aquí un poema significativo de sus Proverbios y Cantares.

                  ¿Conoces los invisibles
              hiladores de los sueños?
              Son dos: la verde esperanza
              y el torvo miedo.

   No es el único poema donde el miedo o la muerte están presentes. En Soledades (1903) y en el posterior Soledades. Galerías. Otros poemas (1907) son constantes esas referencias.

     De esos dos constructores de sueños es evidente que hoy nos inquieta uno y que el otro es el que nos debe hacer fuertes. Basta ver el color de estos días de renacimiento primaveral. 

domingo, 5 de abril de 2020

Instituto público

INSTITUTO PÚBLICO



   Mi obra de teatro Instituto público (Ediciones Irreverentes, 2017) surgió a partir del deseo que teníamos los profesores de Lengua y Literatura del Instituto Manuel Elkin Patarroyo de Parla de disponer de piezas de teatro juvenil para leer en clase con nuestros alumnos. 
   La lectura de teatro en la clase de Lengua permite no solo el acercamiento a la literatura, también la posibilidad de que la clase de lectura sea más activa al participar diferentes alumnos en un mismo texto; pero no todas las obras son del gusto de los adolescentes. Efectivamente, autores y obras clásicos son fundamentales para su formación; sin embargo, los alumnos que se inician en secundaria necesitan un estímulo que difiere del lenguaje que abunda en las obras clásicas. Eran necesarias obras cercanas a su forma de hablar, a situaciones que ellos identifiquen como propias... O bien se adaptan obras clásicas o se crean otras nuevas. A veces encontrábamos algunas que eran acogidas con cierto alivio, como las piezas de Ignacio del Moral o José Luis Alonso de Santos.
   Muchas editoriales, especialmente las que se dedican a los libros de texto, tienen un fondo de literatura juvenil muy completo de textos clásicos y otros modernos, pero en este caso sobre todo novelas. Fue precisamente la representante de una de estas editoriales la que me sugirió que yo escribiera una obra de teatro, dado que en su catálogo no figuraban con las características que yo le pedía. De ese modo nació Instituto público en el verano de 2008.
   En ese mismo curso 2008-2009 di a conocer la obra a mis compañeros de departamento para que la valoraran. La prueba definitiva fue leerla con grupos de alumnos de 2º de ESO: el entusiasmo era evidente, si bien el final les desagradaba, pues no consideraban que una obra literaria careciera de un desenlace similar al que suelen estar acostumbrados.
   De las fotocopias al libro impreso y publicado requirió que Alicia Arés, la editora de Cuadernos del Laberinto, me pusiera en contacto con Miguel Ángel de Rus para que formara parte definitiva de su catálogo de Ediciones Irreverentes en 2017.
   A la pieza se añadió una obrita corta para teatro de sombras (Un banquero codicioso) que se había estrenado en el teatro Jaime Salom de Parla en una de las muestras que su ayuntamiento organizaba todos los años. De esta obra ya hablaré en otro momento.

   El vídeo (no recuerdo bien si me lo mandó María Jesús Tardáguila o Patricia Dulce, amigas y compañeras de tareas educativas) que se adjunta pertenece a la lectura de las primeras escenas por los prologuistas Silvia Herránz, Verónica Peña, Aníbal Cañas, Óscar Sánchez y el autor el día de la presentación en la librería Los editores de Madrid, el 14 de septiembre de 2017.


sábado, 4 de abril de 2020

Manhattan Transfer

MANHATTAN TRANSFER,  de JOHN DOS PASSOS

   La novela de Dos Passos publicada en 1925 es el reflejo de los cambios sociales provocados por determinados acontecimientos producidos en los comienzos del siglo XX en Estados Unidos: I Guerra Mundial, continuas depresiones económicas, ley seca, corrupción desenfrenada... Como dice uno de sus personajes a otro: "La diferencia entre usted y yo, Armand, es que usted va subiendo en la escala social y yo voy bajando... cuando usted era pinche en un vapor yo era un niño bien, con cara de papel mascado, que vivía en el Ritz. A mis padres les dio por el mármol de Vermont, por el nogal oscuro, la  casa era un bazar babilónico..."
    El fragmento que incluyo de la novela más abajo es un poco largo pero reproduce la hipocresía de quien tiene algo que compartir y se niega a hacerlo.
   En España, Camilo José Cela imitó la estructura de la novela del americano, con el aire carpetovetónico español propio de este succionador de agua por el ano: la división de los textos en secuencias, los múltiples personajes que aparecen y desparecen, la disimulada y supuesta presencia de un narrador objetivo, el final abierto... En ese desenlace el Jimmy Herf de Dos Passos es el Martín Marco de La colmena; como en ella, ambos deambulan por la ciudad y su futuro se augura impreciso en su desamparo. 


   En la calle 53 viniendo de East River, Bud Koperning se encontró con un montón de carbón en la acera. Desde el otro lado del montón le miraba una mujer canosa que vestía un corpiño de encaje con un gran camafeo prendido en la alta curva de su exuberante seno. Le miraba fijándose en su cara mal afeitada y en sus descarnadas muñecas que asomaban por las deshilachadas mangas de su chaqueta. Él mismo se sorprendió al preguntar:
—¿No podría yo entrarle este carbón, señora?
Bud cargaba el peso de su cuerpo primero en un pie, luego en otro.
—Justamente, eso podría usted hacer —dijo la mujer con una voz cascada—. Ese maldito carbonero lo dejó ahí esta mañana y dijo que volvería para entrarlo. Supongo que estará borracho, como todos. Pero no sé si puedo fiarme de usted en la casa.
—Soy del norte del Estado, señora —balbuceó Bud.
—¿De dónde?
—De Cooperstown.
—Hum!… Yo soy de Buffalo. En esta ciudad nadie es de aquí. Bueno, me figuro que será usted cómplice de algún ladrón, pero no lo puedo remediar, tengo que meter ese carbón… Entre, hombre, entre, le voy a dar una pala y un cesto y si no tira usted nada en el pasillo ni en el suelo de la cocina, porque la asistenta acaba de marcharse… Naturalmente, el carbón tenía que llegar cuando estaba todo recién limpio… Le daré a usted un dólar.
Cuando entró la primera carga, ella andaba rondando por la cocina. Bud, con el estómago vacío, vacilaba pero se sentía contento de verse trabajando en vez de arrastrar los pies sin cesar, cruzando calles y calles, esquivando camiones, carros y tranvías.
—¿Cómo es que está usted sin trabajo, buen hombre? —le preguntó ella a Bud, que volvía anhelante con la cesta vacía.
—Será, digo yo, porque aún no l’he cogio el tino a la ciudá. Yo nací en una granja y ayí m’he criao.
—¿Y para qué quería usted venir aquí? Esto es horrible.
—No podía quedarme más en la granja.
—No sé lo que va a ser de esto si todos los buenos mozos dejan las granjas para venirse a las ciudades.
—Pensé que podía trabajar de cargador, señora, pero en los muelles sobra gente. Quizá que podría embarcarme de marinero, pero nadie quiere aprendices… Ya hace dos días que no como.
—Qué horror…: Pero ¿no podía usted haber ido a un asilo o algo así, pobre hombre?
Cuando Bud entró la última carga, encontró un plato de guisado frío sobre la mesa de la cocina, media hogaza de pan duro y un vaso de leche un poco agria. Comió de prisa, mascando mal, y se metió las sobras del pan rancio en el bolsillo.
—¿Qué, le ha gustado a usté el almuerzo?
—Gracias, señora… —dijo con la boca llena.
—Bueno, ahora puede usté marcharse y muchas gracias. Le puso un quarter en la mano. Bud miró la moneda entornando los ojos.
—Pero, señora, me dijo usté que me daría un dólar.
—Nunca dije tal cosa. Qué idea… Llamaré a mi marido si no se larga usté de aquí inmediatamente. Y además tengo el propósito de llamar a la policía, puesto que…
Sin decir palabra Bud embolsó el dinero y se marchó.
—¡Habrase visto ingratitud!… —bufó la mujer al cerrar la puerta.
Un calambre le contrajo el estómago. Dobló otra vez hacia el Este, en dirección al río, apretándose los costados con los puños. Esperaba vomitar de un momento a otro. Si devuelvo esto me quedaré otra vez en ayunas. Cuando llegó al fin de la calle se tendió sobre el declive gris formado por los escombros a lo largo del muelle. Un dulce olor a lúpulo hervido salía de la cervecería que rumoraba a sus espaldas. La luz del ocaso flameaba en las ventanas de la fábrica del lado de Long Island, brillaba en las portillas de los remolcadores, rielaba en franjas rojas y amarillas sobre la corriente verdipardusca, resplandecía en las henchidas velas de una goleta que subía lentamente hacia Hell Gate. Bud sufría menos. No sabía qué, llameó y brilló dentro de su cuerpo como si el sol se filtrara a través de él. Se sentó. Gracias a Dios, no voy a devolverlo.

jueves, 2 de abril de 2020

Max Aub

MAX AUB

   Cuando no se eliminaban los libros y revistas que carecían del interés de los usuarios, estos se acumulaban en almacenes. A uno de esos almacenes recuerdo que fui a finales de los años 70 con la esperanza de encontrar un especial de la revista Triunfo del 17 de junio de 1972 para un trabajo sobre la cultura española de una de mis asignaturas del curso de Formación del Profesorado de EGB, actual Magisterio. 
   Conseguí el ejemplar y la sorpresa fue mayúscula al encontrar en esa revista entre las páginas 59 y 69 un discurso de Max Aub en su ingreso en la Academia  de la Lengua Española. Aparecía con el título "El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo", escrito por Max Aub, añadía "Discurso leído por su autor en el acto de su recepción académica el día 12 de diciembre de 1956". La contestación se debía a Juan Chabás y Martí -por supuesto, en realidad esa respuesta era del propio Max Aub, pues Chabás había fallecido dos años antes- y se completaba con el listado de los académicos: entre ellos figuraban Federico García Lorca, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Juan José Domenchina, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Ramón Sender, Corpus Barga, Miguel Hernández, Emilio Prados, Salvador de Madariaga, Paulino Masip, Ramón Castelao... ¡Qué lujo de Academia! ¡Ojalá hubiera sido Real!
   Ya conocía la originalidad de Max Aub al saber que había compuesto una novela, que en el fondo era una falsa biografía, con el título del biografiado, Josep Torres Campalans, amigo íntimo de Pablo Picasso con el que aparecía en una foto. La patraña, como la del discurso, era muy atractiva para el estudiante de magisterio que era yo entonces y que se iniciaba en la escritura. 
   El hallazgo de ese artículo me acercó aún más al extraordinario y sorprendente escritor: a su narrativa (El Laberinto mágico, aún pendiente de lectura), a su teatro, recuerdo especialmente su obra San Juan, basada en hechos reales y que relata la penuria de un barco con judíos a bordo con la esperanza vana de que algún país les aloje, pues Alemania les persigue y no permite su desembarco en ningún puerto. También leí en esa época La gallina ciega, esa incursión del autor en la España de finales de los años 60 para dar muestra en un diario de nuestra triste realidad.

   Cuando publiqué mi segundo libro de poemas, Anónimos (Cuadernos del Laberinto, 2016) quise dedicarle un poema a Max Aub y ahora lo recojo aquí:


   El aleteo de palomas evoca un día de 1956 
en que Max Aub pensara un país sin guerra,
una Academia con los eternos filólogos de Bergamín,
con los bardos repletos en sus nobles asientos,
sin rencor, sin apenas gritos de dolor,
también anónimos entonces
por el silencio intransigente,
por el placer del desprecio,
del eterno odio a la insumisión,
reflexión y diálogo continuos…

  El aleteo de palomas
nos trae aún hoy
una imposible reconciliación.

miércoles, 1 de abril de 2020

Walter Benjamin

WALTER BENJAMIN

   Incluyo en esta entrada un breve y bellísimo cuento de Walter Benjamin que apareció en su libro Infancia en Berlín hacia 1900.


 Procede de la China y cuenta de un pintor que dejó ver a los amigos su cuadro más reciente. En el mismo estaba representado un parque, una estrecha senda cerca del agua que corría a través de una mancha de árboles y terminaba delante de una pequeña puerta que, en el fondo, franqueaba una casita. Cuando los amigos se volvieron al pintor, éste ya no estaba. Estaba en el cuadro, caminando por la estrecha senda hacia la puerta; delante de ella se paró, se volvió, sonrió y desapareció por la puerta entreabierta”.  


   El cuento de Benjamin se parece a otra narración de  Marguerite Yourcenar, "Cómo se salvó Wang-Fô", incluido en sus Cuentos orientales.  En el relato de la escritora belga, Wang-Fô consigue huir de su reclusión del reino de Han junto a su discípulo Ling gracias al cuadro que están pintando, se fueron alejando en una barca ante la presencia del Emperador, "desaparecieron para siempre en aquel mar de jade que Wang- Fô acababa de inventar."