viernes, 22 de enero de 2021

NAGUIB MAHFUZ

 HIJOS DE NUESTRO BARRIO

El escritor egipcio Naguib Mahfuz (El Cairo, 1911-2006), el único Premio Nobel (1988) en lengua árabe, nos presenta en su novela Hijos de nuestro barrio la saga familiar en torno a su patriarca Gabalaui y su casi infranqueable y paradisíaca Casa Grande.

El personaje de Gabalaui es misterioso, enérgico con su familia y aparentemente insensible. Se manifiesta sólo cuando hay necesidad de remediar los conflictos que surgen entre la ciudadanía del barrio y lo hace a través de un criado o presentándose disimuladamente pidiendo a uno de sus descendientes que sea fuerte ante la presión de los jefes del barrio que viven enriqueciéndose, protegiendo al administrador del patrimonio del habiz (donación de bienes en el Islam) y sometiendo por la fuerza a todos los demás, hasta el punto de torturarlos o hacerlos desaparecer si es necesario.

Gabalaui es similar al Dios del Antiguo Testamento, que castiga con vehemencia cualquier indisciplina. Lejos de ser compasivo con sus hijos, la novela comienza con el patriarca alejando a sus dos hijos Adham e Idrís de la Casa Grande por su ambición o por su maldad. La similitud con los personajes bíblicos es obvia en todo momento y de ello la profesora Encarnación Ruiz Callejón ha dado muestra en el artículo Hijos de nuestro barrio: la “tierra prometida” y el “pueblo elegido” vistos desde la diferencia: La pelea de Adham e Idrís es similar a la de Caín y Abel, la expulsión de Adham y Omayma de la Casa Grande a la de Adán y Eva, y la relación de los protagonistas Gábal, Rifaa, Quásem son equivalentes a Moisés, Jesucristo y Mahoma respectivamente. Estas referencias a los grandes personajes de las tres grandes religiones monoteístas y los detalles temáticos de la novela es lo que provocó que fuera prohibida en Egipto y en casi todos los países del mundo islámico, aunque se publicó inicialmente por entregas en el diario egipcio Al-Ahram. A pesar de la censura Naguib Mahfuz siguió escribiendo en libertad, aunque el fanatismo islamista atentó contra él en 1994 por considerar que su obra era una blasfemia contra la religión musulmana.

Cada capítulo de la novela tiene como título el nombre de descendientes de Gabalaui a quienes se les pide que apliquen justicia porque los jefes de cada distrito actúan salvajemente adueñándose de todos los bienes posibles, mientras los demás viven en la pobreza.

Cada uno de esos descendientes alejados de la Casa Grande representan a un distrito diferente del barrio y tienen un símbolo particular que merece la pena destacar:

Adham representa la bondad: “Eres un buen hijo y la gente buena siempre triunfa”, le dice su madre. No obstante, acepta la idea de su mujer de conseguir el libro de los diez consejos que guarda el secreto de Gabalaui. No lo consigue, pero eso le conduce a la expulsión de la Casa Grande y a la pobreza.

Gábal personifica la fuerza para afrontar cualquier circunstancia hasta el punto de conseguir vencer a los jefes sanguinarios y repartir la riqueza del barrio con equidad. “Algunos criticaban su fuerza y su rigor, pero siempre encontraban a alguno que les contradecía, recordando el otro aspecto de su carácter, es decir, su piedad para con los oprimidos y su sincero deseo de establecer un orden que garantizase la justicia y la igualdad entre la gente. 

Rifaa tiene el poder de liberar de espíritus malignos a quienes así lo deseen y ello le permite tener una serie de adeptos entre la población lo que lleva, a pesar de la traición de su mujer y su muerte, a conseguir privilegios para sus partidarios. “La gente disfrutaba de la vida y la alegría se reflejaba en los rostros. Todos afirmaban convencidos y con fe que el presente era mejor que el pasado…

Quásem encarna la justicia y la igualdad independientemente del sexo: «Si el Señor me hiciera triunfar no privaría a las mujeres de disfrutar de los beneficios que se nos han legado.» Quamar comentó sorprendida: «Pero los bienes habices son para los hombres, no para las mujeres.» Miró [Quásem] con ternura los negros ojos de la chiquilla y prosiguió: «Por boca del criado, mi antepasado dejó dicho que la herencia común es de todos, y las mujeres son la mitad de los habitantes del barrio. Resulta asombroso que nuestro barrio no respete a las mujeres; sin embargo, lo hará el día en que aprenda a respetar el significado de la justicia o de la compasión.»

Arafa, por fin, interpreta al sabio que utiliza el conocimiento para conseguir la distribución equitativa de la riqueza y para ello recurre a la magia.

Curiosamente, todos esos descendientes abordan con energía ese reparto de los bienes del barrio de manera justa y a veces lo logran; sin embargo, al cabo de la desaparición de cada uno de ellos todo regresa al punto de partida de abuso de poder y pobreza. El olvido se apodera de ellos y la división social entre los ricos que poseen la fuerza de las armas y de la riqueza, y los pobres, que malviven con escaso trabajo, es la circunstancia que domina constantemente en el barrio.

Mahfuz acomete en Hijos de nuestro barrio el deseo humano de distribución justa de la riqueza, de manera que todas las personas, independientemente de su etnia, sexo, origen y condición social dispongan de los bienes fundamentales para desarrollar su vida con absoluta libertad y plenitud; pero, cuando parece que todo eso es factible, se produce el olvido y la regresión a las diferencias sociales y económicas. No deja de ser semejante a la historia de la humanidad: el eterno contraste entre ricos y pobres y el deseo de algunos por conseguir un mundo más justo sin alcanzarlo, a veces con el peligro de perder la propia vida. Esta disparidad me recuerda unas palabras de José Martí en un breve ensayo dedicado a Emerson y publicado en La Opinión Nacional de Caracas en 1882: “El hombre pasará eternamente la vida tocando con sus manos, sin llegar a palparlos jamás, los bordes de las alas del águila de oro.

jueves, 7 de enero de 2021

CHINUA ACHEBE

 TODO SE DERRUMBA

Observo que la información actual de los medios de comunicación habla reiteradamente de la pandemia, del enfrentamiento político en España y de fútbol, especialmente de los equipos económicamente fuertes. Se desprecian otras noticias, salvo que la emergencia o el deseo de crear sensacionalismo provoquen la curiosidad de la mayoría de los periodistas y sus empresas. África es un continente que queda en esta segunda línea de atención.

En este sentido, tenía muchas ganas de leer la novela de Chinua Achebe Todo se derrumba hace ya mucho tiempo. Desconocía a qué se refería un título tan adecuado a esta terrible actualidad. Con la lectura comprobé que el argumento de la novela tenía que ver con las asechanzas coloniales de los países europeos en el continente africano y en especial en Nigeria, de donde procede el autor y la tribu del protagonista.

La novela de Chinua Achebe se publicó en 1958 en Londres por la editorial Heinemann. Yo he manejado la edición española de Alfaguara traducida por Fernando Santos. También ha sido traducida como Todo se desmorona, y el título procede de unos versos del poeta irlandés William Butler Yeats (Girando y girando en órbita creciente / El halcón ya no oye al halconero / Todo se derrumba, el centro ya no aguanta; / El mundo se sume en mera anarquía).

Todo se derrumba nos sitúa en el momento en que la colonización europea se va adueñando poco a poco de la tierra, las costumbres y las personas de las tribus nigerianas. El protagonista Okonkwo desde niño se diferenció de su padre, el pusilánime Unoka. Por eso quiso ser altivo y defensor de las costumbres que caracterizaban a su clan. A los dieciocho años logró batir al gran luchador Amalinze El Gato y conseguir un puesto de relevancia en su tribu de Umuofia. 

Sin embargo, la desgracia lo persiguió durante toda su vida: Una de sus mujeres, Ekwefi, había parido diez hijos y sólo le sobrevivió la niña enfermiza Ezinma, aunque por su tesón pudo subsistir y ganarse el cariño de su padre. 

Un ridículo accidente en las exequias del gran patriarca Ezeudu provocó que fuera exiliado durante siete años a la tierra de su madre Mbanta, donde acudió con su familia abandonando su cosecha de ñames, el producto fundamental de su alimentación.

La llegada  del hombre blanco a las tierras de Okonkwo produjo su derrumbe definitivo. Traía su religión de un único dios y rechazaba las raíces espirituales de la tradición africana. Ese hombre blanco fue atrayendo a muchos jóvenes, incluso al hijo del protagonista, Nwoye.

En Umuofia había hombres y mujeres que no estaban tan decididamente en contra de la nueva situación como Okonkwo. Era verdad que el hombre blanco había traído una religión para lunáticos, pero también había construido un centro comercial y por primera vez el aceite de palma y los frutos secos obtenían muy buenos precios, y a Umuofia llegaba mucho dinero.
E incluso en la cuestión de la religión, había una sensación cada vez mayor de que quizá tuviera sus méritos después de todo, de que quizá hubiera algo vagamente con sentido en medio de aquella locura.

Tal es la influencia del hombre blanco, especialmente en materia religiosa que es capaz de hacer valer sus derechos e imponer los castigos de quien infrinja la ley escrita por él.

La novela es un ejemplo de cómo la colonización europea fue destuyendo costumbres y rituales acendrados desde tiempos inmemoriales en tribus africanas. Tribus que han vivido con ellas respetando el medio ambiente y asegurando su subsistencia con los productos agrícolas adaptados a ese medio natural.

En uno de los capítulos Ekwefi relata unos cuentos tradicionales y su hija Ezinma continúa con una fábula, pero en analogía con otras costumbres también "se interrumpieron los cuentos populares", como si se augurara el fin de esa tradición oral tan rica en toda África.

Érase una vez que la Tortuga y el Gato se pusieron a pelear con los Ñames... No, no empieza así. Érase una vez que había una gran hambre en el reino de los animales. todo el mundo estaba muy flaco, menos el Gato, que estaba muy gordo y tenía el cuerpo lustroso como si se lo hubiera frotado con aceite de palma...
Se interrumpió porque en aquel mismo momento una voz alta y aguda rompió el silencio exterior de la noche. Era Chielo, la sacerdotisa de Agbala, que hacía una profecía. Aquello no era nada nuevo. De vez en cuando, Chielo quedaba poseída por el espíritu de su dios y empezaba a profetizar. Pero aquella noche dirigía su profecía y sus saludos a Okonkwo, de modo que todos los de su familia escucharon atentos. Se interrumpieron los cuentos populares.

Todo se derrumba espero que no se convierta en un vaticinio de ruptura de los modos de vida, en especial, los altruistas con otros países y los saludables con el medio ambiente; y que la situación tan terrible que vivimos actualmente nos haga reflexionar para valorar con la atención que merecen todas las personas y países sin las implicaciones devoradoras de los poderosos contra los débiles. Europa recoge ahora en forma de inmigración la cosecha que sembró en África de siglos anteriores. Tendremos que ser capaces de ofrecer con generosidad todo lo arrasado y despreciado. 

Ojalá que sean proféticos los versos de Hölderlin de su "Himno a la Libertad". Completo aquí toda la estrofa que aparece en la cabecera del blog: Todo cuanto fue presa del tiempo / florecerá de nuevo mañana, más hermoso; / la primavera nacerá de la destrucción / tal Uranio naciendo entre las olas. / Cuando las pálidas estrellas inclinan su cabeza, / Hyperión resplandece en su trayecto heroico. / Continuad pudriéndoos, esclavos; días de libertad / se alzarán sonrientes sobre vuestras tumbas.