domingo, 22 de mayo de 2022

Bertha von Suttner

 ¡Abajo las armas!

[Como todo lo que comienza tiene su fin, creo que ha llegado el momento de decir adiós a este blog que se inició con esta pandemia que nos ha traído a todos de cabeza y, como hay otro tipo de mal endémico que nos sumerge en el delirio y la culpa, que mejor fin que recordar la figura de la baronesa Bertha von Suttner y su memorable ¡Abajo las armas!]

Ya en una entrada anterior relativa a la I Guerra Mundial ("Testamento de juventud". Vera Brittain) mencioné a Bertha von Suttner tras leer su novela ¡Abajo las armas! La obra recoge las iniciativas pacifistas de la protagonista Martha Althaus, que, como la propia autora, había conocido in situ la tragedia humana que suponía cualquier conflagración bélica. 

No voy a extenderme en el argumento de la novela de 1889 ni en detalles autobiográficos de la autora que se pueden encontrar en internet fácilmente. Quiero analizar la justificación que algunos representantes de ciertos estamentos ofrecen en la novela para considerar la guerra como necesaria.

En una conversación entre el ministro, Konrad Althaus, padre de la protagonista, y Tilling, el marido de Martha, el aristócrata y militar Konrad, imbuido de su espíritu beligerante, afirma que “las guerras ensanchan las fronteras de una nación y aumentan su poderío. Gracias a guerras afortunadas se han construido y afianzado los estados… La ambición personal del soldado no es lo único que se ve satisfecho en la guerra, sobre todo es el orgullo nacional el que se ve alimentado… en una palabra, el patriotismo.” Es decir, la guerra y sus efectos permiten ampliar el horizonte patriótico y desarrollar un amor nacional, aunque no siempre es así; pero si lo fuera, ese sería el argumento centrado exclusivamente en la visión particular de uno de los ejércitos, puesto que se desprecia la visión del otro ejército, que por supuesto tendrá los mismos pensamientos sobre su condición patriótica. De esa manera solo se genera un odio visceral de unos a otros hasta desear la muerte del enemigo. La muestra de ese odio generalizado la encontramos en las guerras que aún hoy continúan en el mundo. No se piensa en las consecuencias que provocan una guerra, pues a ese odio se une la perdida de vidas humanas. La destrucción es la protagonista. Quizás algunos piensan que tras esa hecatombe hay un negocio floreciente pues hay que reconstruir lo destruido. 

Más adelante, la protagonista Martha Althaus busca en un pastor la reafirmación de sus ideas pacifistas, sin embargo, el religioso le ofrece todo lo contrario, según él: “la guerra solo es un caso de legítima defensa. Debemos acatar el mandato del Redentor y amar a nuestros enemigos; pero no se desprende de esto que debamos sufrir la injusticia y la violencia.” No sirven los mandatos de los mandamientos relativos al “No matarás” o el deseo de “Amad a vuestros enemigos”, pues el pastor no cambia de opinión, más bien al contrario, hay que adelantarse al enemigo por si este ataca antes. El consuelo que podría facilitar el mensajero celestial solo contribuye a despreciar la paz. En nuestro país tenemos una muestra similar cuando la iglesia engrandeció al dictador poniéndolo bajo palio y negando la posibilidad de una reconciliación.

La autora, por boca de Friedrich von Tilling, reconoce cuál es el verdadero sentimiento capaz de derribar el odio y construir la paz: “Mientras subsista ese sentimiento [de odio], no existirá un verdadero sentimiento de humanidad. Hoy, en este mundo de desdichas, no hay más que una cosa…, una sola cosa capaz de ennoblecer al hombre, una cosa capaz de darle la dicha: el amor.” Quizás, del mismo modo que existen días señalados para el medio ambiente o los enamorados, habría que instituir en todo el mundo el día de la reconciliación, del amor a tu enemigo, incluso con baratijas y otros recordatorios para consumo de los amantes de fetiches y enriquecimiento de comerciantes. 

Muchas gracias a todos los lectores que me han acompañado durante estos años. ¡Salud, amigos! 

viernes, 22 de abril de 2022

REIVINDICACIÓN DE CONCHA MÉNDEZ

Concha Méndez

Concha Méndez Cuesta (Madrid, 1898 - Ciudad de México, 1986) es una escritora española digna de tener en cuenta por su obra poética y por las referencias no solo literarias que nos ha dejado junto a sus amigos coetáneos. Merece la pena ofrecer algunos datos relativos a su vida y a su poesía por considerarla una mujer valiente con una obra muy digna de ser resaltada. 

En la mayoría de los manuales de Literatura no se menciona a Concha Méndez. Solo aparece de manera marginal y siempre en relación con los otros artífices de la denominada Edad de Plata de comienzos del siglo XX. Tal vez, como dice James Valender en la antología de la poesía de la autora en Hiperión, por la idea de rechazo que se tenía de la mujer a principios de siglo, incluso entre los escritores e intelectuales. Como necesitamos restituir a todos sus protagonistas, vaya desde aquí el reconocimiento a Concha Méndez.

La rebeldía juvenil de Concha Méndez se acrecentó con la amistad de Maruja Mallo, como aquella vez que quisieron comprar una pastilla de jabón y salieron corriendo sin pagar, o en esta otra confesión que hace la autora en sus memorias: "Íbamos por los barrios bajos, o por los altos, y fue entonces que inauguramos un gesto tan simple como quitarse el sombrero." Ese simple gesto, que ocasionó un pelea con su familia, dio origen a las denominadas "Sin sombrero"; a ellas se unieron María Zambrano, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, etc. Era el tiempo de las vanguardias de los años veinte y el comienzo de Concha con la poesía de esta modalidad. Según cuenta ella en sus memorias, al enseñarle a Rafael Alberti sus poemas, este quedó asombrado. De aquella época es este poema impresionista "Jazz-band" incluido en Inquietudes (Madrid, 1926): Ritmo cortado. / Luces vibrantes. / Campanas histéricas. / Astros fulminantes. / Erotismos. / Licores rebosantes. / Juegos de niños. / Acordes delirantes. / Jazz-band. Rascacielos. / Diáfanos cristales. / Exóticos murmullos. / Quejidos de metales.

En su libro Surtidor (Madrid, 1928) aparece el poema "Mapas" de tono machadiano y que nos habla de esa intención suya de viajar que la caracterizó a lo largo de toda su vida: Los mapas de la escuela, / todos tenían mar, / todos tenían tierra. / ¡Yo sentía un afán / por ir a recorrerla! / Soñaba el corazón / con mares y fronteras, / con islas de coral / y misteriosas selvas... / Soñaba el corazón... / ¡ Oh sueños de la escuela. 

Su condición rebelde y soñadora fue la que le condujo a embarcarse sola en dirección a Londres, algo insólito en una jovencita, y que luego amplió a otros países, con alguna carta de recomendación que le facilitó su estancia en ellos. De esos viajes surgió Canciones de amor y tierra (Buenos Aires, 1930)  donde se incluye este poema de amor al comienzo del nuevo día: Al nacer cada mañana / me pongo un corazón nuevo / que me entra por la ventana. / Un arcángel me lo trae / engarzado en una espada, / entre lluvias de luceros / y de rosas incendiadas, / y de peces voladores / de cristal picos y alas. / Me prendo mi corazón / nuevo de cada mañana; / y al arcángel doy el viejo / en una carta lacrada. En la imagen inferior se puede ver la cubierta de este libro y la dedicatoria de Concha a María Zambrano.

La relación con los otros escritores de la Generación del 27 fue muy cercana, hasta el punto de que acabó casándose con el más joven de todos ellos, Manuel Altolaguirre, Manolito, como le llamaba Vicente Aleixandre. Junto a Manuel creó una imprenta artesanal que sirvió de fuente de publicación para ellos y sus amigos de la Generación, además de la creación de las revistas Héroe y Caballo verde para la poesía. Más tarde en el exilio de Londres, la imprenta continuará con la revista 1616, en homenaje a Cervantes y Shakespeare, y La Verónica, en Cuba. El fallecimiento de su hijo dio origen a una herida abierta que difícilmente pudo cerrarse y de ello da muestras su libro Niño y sombras (1936). De este libro es este poema: El miedo es amarillo, / y la muerte ese cielo / que a todos nos confunde. / Como una luz lejana / que no queremos ver, / está al fin de nosotros / y la vamos siguiendo / en el múltiple juego / de las horas inciertas. / Final, o estrella fija, / y dintel de la nada. / Yo sé que el frío es blanco / y el miedo es amarillo.

En el exilio surgieron varios títulos donde la tristeza del destierro y la sombra, la misma sombra de Rosalía de Castro y de Antonio Machado están presentes en Lluvias enlazadas (La Habana, 1939), Poemas. Sombras y sueños y Villancicos de Navidad, estos dos publicados en México en 1944. En los años sesenta hizo un viaje relámpago a España, pero volvió rápidamente a México donde se instaló definitivamente. Allí volvió a aparecer Entre el soñar y el vivir en 1981. De Lluvias enlazadas es este poema, una confesión quejosa de quien se siente traicionada: Vine con el deseo de querer a las gentes / y me han ido secando mi raíz generosa. / Entre turbias lagunas bogar veo a la Vida. / Deja estelas de fango, al pasar, cada cosa... / Y hablo así, yo que he sido vencedora en mi mundo, / porque pude venderme y vencer a deseo. / Pero no me he querido engañar inventándome / una imagen equívoca. Me forjé en cuanto veo... / No despierto a una hora que no traiga consigo, / en un sordo silencio, una queja enganchada. / Tiene el alma un oído que la escucha y la siente / y recibe esta queja con la pena doblada.

Sirva esta entrada como reivindicación de Concha Méndez y su obra poética, pues algunos de sus amigos la marginaron consciente o inconscientemente. Así, no hay ninguna mención de Pablo Neruda en sus memorias Confieso que he vivido, pero sí a Manuel Altolaguirre como impresor y autor de cederle la dirección de la revista Caballo verde para la poesía, cuando en realidad Concha participó vistiendo un mono azul de tipógrafa. Tampoco Vicente Aleixandre alude a ella en Los encuentros cuando habla de Manuel Altolaguirre y su "imprenta particular". Incluso yo tampoco hablo de su teatro, ¡que me perdone Concha Méndez! 

Lo que apunta Angelina Gatell, en la antología Poesía femenina española (1950-1960) preparada por Carmen Conde, sirve de colofón y homenaje a Concha Méndez: "Su mayor lujo es la vida misma, las desmedidas posibilidades de los seres humanos. Su constante alimento, el dolor que va hallando a su paso, con infinita sensibilidad va asumiéndolo todo, rescatándolo, transmutándolo en poesía de sencilla expresión y hondo latir."

martes, 15 de marzo de 2022

DEL NUEVO MUNDO

  Dvorák y Susan Sontag

Escucho la Sinfonía nº 9 del Nuevo Mundo de Antonin Dvorák y el sonido de los metales trasciende la realidad y se superpone a otros metales destructivos que arrasan personas y ciudades en el este de Europa. La agilidad de los violines se asemeja a la voracidad con que  los misiles rusos aniquilan Ucrania y uno desearía que llegara como en esa bellísima sinfonía el sosiego y la paz de las flautas. ¡Qué tristeza que la música no sirva como sustituto de las armas!

La escritora neoyorquina Susan Sontag (1933-2004) al recrear la vida de Sir William Hamilton y su mujer Emma en El amante del volcán reproduce con palabras su constante compromiso, al igual que hiciera en la guerra de los Balcanes, y nos indica el camino frente al odio y la guerra:

Y pese a todo, si asumimos que tu mundo no te es indiferente, piensas mucho en lo que pasa. Incluso cuando la responsabilidad no es tuya, cómo podría serlo, sigues siendo un participante y un testigo. (Pasajeros de primera o segunda clase, éstos son los puntos de vista desde los que se escriben la mayor parte de las relaciones históricas.) Y si aquellos que ahora sufren persecución pueden haber disfrutado de aposentos tan agradables como los tuyos propios, son gente de tu mismo rango o que tiene tus intereses, mucho menos probable resulta que permanezcas indiferente ante su miseria actual. [...] Pero, si asumimos que tú no eres indiferente, que eres una persona decente, intentarás intervenir cuando puedas. Aconsejarás indulgencia. O, cuando menos, prudencia.

Uno desearía no solo indulgencia y prudencia con la situación alarmante de la destrucción en Ucrania, sino algo mucho más contundente, pues solo cabe una destrucción: la de las armas. Así se propiciaría una paz perpetua, como defendiera el ilustre filósofo Immanuel Kant en 1795. Estoy seguro de que ese es el mayor deseo de la casi totalidad de personas: un nuevo mundo en paz. 

sábado, 26 de febrero de 2022

La odisea de los gitanos

GITANOS


 

Recuerdo que a veces venía una gitana a nuestro piso de Villaverde para desayunar. No sé cómo se nos hizo familiar aquella mujer gruesa que de vez en cuando traía a alguno de sus hijos, uno de ellos se llamaba Moro. Siempre se han fijado en mi memoria por la sonrisa que aparecía en sus rostros cuando mi madre les facilitaba un café de aquellos que preparaba ella de recuelo con bastante leche y les añadía algún bollo. Vivían en La Celsa, un grupo de barracones levantados con materiales reciclados en la carretera de Villaverde a Vallecas.


Cuando estudié el COU me vi obligado a visitar La Celsa con cierta frecuencia porque tuve que matricularme nocturno en el instituto Manuel García Morente en Entrevías, dado que lo hice muy tarde y en mi barrio no teníamos ningún centro. Yo cogía el autobús, al que llamábamos la Petra (P-30), porque precisamente me dejaba en esa barriada alejada de todas las comodidades de la ciudad, llena de escombros y basura donde algún perro rebuscaba algo de alimento. Allí recordaba los encuentros con aquella gitana gruesa y sus hijos pensando en que me los encontraría por allí, pero en vano.


Al leer el ensayo de Isabel Fonseca (Nueva York, 1963), Enterradme de pie. La odisea de los gitanos, me vienen a la memoria esos recuerdos y me atrae la valentía de esta mujer estadounidense que, ajena al temor generado por los prejuicios que existen relacionados con el mundo gitano, se adentró en los primeros años noventa del siglo pasado en algunos países del oriente europeo para informarnos de la existencia de esta etnia que pervive a pesar de los sobresaltos a que se han visto sometidos.


La escritora estadounidense refleja el comienzo de esta etnia en Europa: No se sabe en realidad cómo comenzó la esclavización. Una teoría es que los gitanos llegaron como esclavos de los tártaros invasores que penetraron en Moldavia siguiendo la ruta del norte de Crimea. Es decir, eran ya esclavos cuando aparecieron en los principados y, abandonados en los campos de batalla por los tártaros derrotados, se quedaron a servir a sus nuevos amos húngaros y rumanos. (No se da ninguna explicación del hecho de que los tártaros dejasen semejante bagaje en los otros países de Europa central y oriental a los que atacaron.) Los gitanos habían sido siempre esclavos, se decía además, procedían de una clase paria de la India, llevaban la esclavitud en la sangre. Este análisis lo elaboraron sobre todo historiadores rumanos: la esclavitud se consideraba una mejora respecto a la condición anterior de los gitanos (sobre la cual no se ha determinado claramente nada, ni siquiera hoy) porque allí se les integraba al fin provechosamente en la sociedad. Un tal doctor Wickenhauser, que visitó los principados en el siglo XIX, corroboró el punto de vista de los historiadores rumanos anteriores y posteriores: los gitanos «quisieron convertirse en esclavos porque eso, si bien no les elevaba al rango de los seres humanos, al menos les situaba a la par con los buenos animales de trabajo doméstico».


Aunque en el ensayo no se habla de los gitanos en España, he encontrado información relacionada con los comienzos de su asentamiento en nuestro país y los resultados son, si no iguales, muy parecidos en el rechazo y la prohibición de asentamientos. En este artículo de Antonio Villanueva: Inteculturalidad. Los gitanos y la literatura, se señala que "En 1499, tras la expulsión de los judíos, los Reyes Católicos intentaron por decreto hacer sedentarios a los gitanos obligándoles a trabajar para un amo y amenazándoles con penas de azotes, expulsión, prisión, corte de orejas o esclavitud en caso de incumplimiento. Las Cortes de Zaragoza en 1646 consideran delito la simple presencia gitana. En 1697 el virrey de Aragón ordena que se prenda a los gitanos y se confisquen sus bienes. Los documentos -no menos de 250 normas jurídicas de distinto rango a lo largo de la historia de España- hablan de persecución, segregación o asimilación forzosa. A los gitanos se les prohíbe todo: permanecer en el territorio, practicar artes adivinatorias o representaciones teatrales, hablar su lengua, etc. A principios del siglo XX desaparece la legislación "especial" para gitanos, pero aún hay curiosas prevenciones: el reglamento de la Guardia Civil de 1943 recomienda una vigilancia estrecha de la etnia y de sus desplazamientos."


¿De dónde procede el odio hacia los gitanos en todo el mundo? ¿Será envidia por esa supuesta libertad que manifiestan? ¿Será ese aspecto moreno ajeno a la aparente pulcritud de quienes los ven diferentes? ¿Tal vez es la reacción por observar que no se someten a las costumbres del resto de la sociedad, que los ven felices, cantar y bailar, a pesar de carecer de recursos? Como dice un romaní estonio alto y barbudo en el ensayo de Isabel Fonseca: "Toda persona es en parte Judas y en parte Cristo. Solo la suerte decide." En definitiva, no hay muchas cosas que les diferencie del resto de personas, sin embargo también fueron masacrados por los nazis y, no hace tanto, en los años 90, como cuenta la autora, en algunas zonas de Rumanía se incendiaban sus casas para tratar de desalojarlos del lugar. 

Quizás el hecho de que a mi abuelo paterno, que era muy moreno, le llamaran gitano, ha sido el motivo por el que siempre han tenido toda mi admiración. Y eso a pesar de una anécdota infantil que me sucedió en casa: yo era un niño vivo y revoltoso, y recuerdo que mi madre solía dejarme fuera de casa cuando se hartaba de mí. Ella, para asustarme, me decía que yo, en realidad, era hijo de una gitana, A mí a veces me hacía daño y otras ni me preocupaba. Cuando publiqué Anónimos en 2016 incluí el poema "Hijo de una gitana" que hablaba de esa admiración y perdonaba a mi madre por la genealogía que me atribuía.

En la niñez la ofensa
era diaria. el parentesco,
las costumbres, eran simples
accesorios, palabras que 
salían de su boca, 
repetición de la repetición
constante. Graves acusaciones
de linajes espurios, 
hoy respetados y añorados
en su libertad, en la salvaje
certidumbre del nómada.
Por encima de la manipulación
de los ojos inocentes
de la infancia, de la crueldad
de los aleteos y la carreras,
yo te perdono, te perdono
el dolor agujereado,
te perdono las lágrimas y
los silencios.

jueves, 27 de enero de 2022

Anónimos

 Anónimos


Tras la publicación de El disfraz de los paisajes (Amargord, 2012) gracias a mi amigo Jesús Urceloy, mi ilusión de ver publicada mi poesía me llevó a continuar en esa faceta de ver mis textos al alcance de quien quisiera disponer de ellos. Mi amiga Esther Moliné, la autora de la magnífica fotografía de la cubierta, me puso en contacto con Alicia Arés y su editorial Cuadernos del Laberinto. Le mandé a Alicia mis poemas y al cabo de poco tiempo llegamos a un acuerdo para la publicación de Anónimos (2016).

El título Anónimos y el comentario de la contracubierta ya anunciaba el sentido que quería dar al poemario: "Homenajear a aquellas personas que humildemente ofrecieron -y ofrecen, diría hoy- todo su conocimiento y quehacer de forma generosa sin pedir nada a cambio." También, como sucede en la novela de Isaac Rosa La mano invisible, me dirigía a aquellas personas que, a diferencia de los ilustres que aparecen en los medios, carecen del premio necesario por su esfuerzo; además, también quería atizar las conciencias de aquellos que son incapaces de salir del marasmo de la inercia de los días y la rutina y hacerles ver la posibilidad de no sucumbir a todo ello y explorar un cambio necesario en sus vidas. Uno de los poemas ejemplifica este sentido:

Anónimos,
sin nombres, sin premios,
sutiles trabajadores del silencio,
cómodos en su rutina,
sin reproches, asienten
resignadamente su condición
de eternos pasajeros de la nada.

En abril de 2016 apareció la primera edición de Anónimos con un  prólogo de mi amigo Nacho Gutiérrez "A un anónimo le llamaban Carlos", donde jugaba con el poema de Dámaso Alonso "A un río le llaman Carlos" e incluía referencias a Bertold Brecht y a Albert Camus por su defensa de esclavos, súbditos y pobres envueltos en su anonimato, frente a los supuestos protagonistas recogidos en las enciclopedias de la Historia. La acogida de amigos en diferentes presentaciones en la librería Los editores y la Librería francesa de Madrid y en la Casa de la Cadena de Pinto motivó que en octubre apareciese una segunda edición, donde añadí un nuevo prólogo y tres poemas más relacionados con el mismo tema genérico del libro.   

Hay un tema que siempre me ha gustado reflejar en mis poemas y es el diferente comportamiento humano y del resto de animales. El siguiente poema de Anónimos refleja cómo los animales envuelven en su rutina actos continuos sin menoscabo de cambio de actitud, mientras el hombre tiene la posibilidad de reflexionar y aceptar de grado su domesticación o su rebeldía.  

Las palomas picotean las migajas y revolotean alrededor de la anciana que las mira con delectación. Uno y otro día regresan por su alimento, incapaces de alterar el orden de los hechos. 
También el abnegado mulo recibe su ración, agua y heno para continuar arrastrando el arado. Cuando se tuerce de la recta, el gañán restalla con vehemencia su lomo; sin embargo, la bestia tampoco alterará la costumbre: torna a tirar de la reja y a sacudirse las moscas.
Todo sigue un ritmo lento, vieja y gañán adormecen su rutina con pasos seguros.
El hombre, como animal domesticado, a veces lame su mano dolorida y crea en torno suyo vergel o delirio, paraíso o cárcel, solo ensoñación en continuos vástagos.
La noche sin venda cubre sus ojos y tierra y agua se alejan de su frente.

Añado aquí una fotografía de mi amigo Manuel J. Fernández de la presentación de Pinto en la que mis colegas y amigos María Jesús Sánchez y Óscar Vicent  me acompañaron con su música. A continuación incluyo un audio que publicó la editorial en Youtube de uno de los actos con la inestimable presencia del perrito de Jesús Urceloy, el homenaje a mi amigo poeta Eduardo García y un final con mi querido poema de Antonio Muñoz Frías.