miércoles, 15 de abril de 2020

Vera Brittain

TESTAMENTO DE JUVENTUD

   He leído con gusto las memorias de Vera Brittain, Testamento de juventud, (1925) publicadas por Errata naturae & Periférica. La escritora británica relata sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial con la objetividad que le facilita su actividad de enfermera en el frente de batalla. Sus reflexiones sobre aquella realidad son de una agudeza y aparente sencillez que llaman la atención. Tras sus pensamientos se esconde el deseo conciliador y pacifista. 
   Unos años antes, en 1889, la premio Nobel de la Paz, Bertha von Suttner había escrito la novela, también pacifista, ¡Abajo las armas!, y en su momento tuvo un gran eco porque la autora contaba biográficamente desde la perspectiva de quien pertenece a un ambiente militar; sin embargo, eso no impidió las consecuencias terribles de las guerras que asolaron el siglo XX. De igual modo, Testamento de juventud tampoco tuvo el eco suficiente para impedir la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos hace pensar que la cultura es ajena a las decisiones de políticos y poderosos. En otro lugar, nos encontramos los ciudadanos de a pie que recibimos con absoluta impotencia esos acuerdos.
   En la obra de Vera Brittain hay algunos fragmentos que son aplicables a la situación actual en todo el mundo y en especial a España. Fíjense en este:

   Desde aquellos años, los pacifistas han insistido a menudo -como en un valiente panfleto que leí hace pocos días- en que la guerra crea más criminales que héroes; en que, lejos de desarrollar cualidades nobles en quienes toman parte en ella, sólo saca lo peor de cada individuo. 

   Efectivamente, es muy fácil convertirse en un fiero depredador por el beneficio político propio a sabiendas de que la situación es incontrolada por incontrolable, dado que se ha presentado un acontecimiento nunca antes visto. Sí, me estoy refiriendo a esta pandemia que nos recluye a todos en nuestras casas, salvo  a quienes tienen la responsabilidad de atender y controlar como prescriben las autoridades. y, sin embargo, existen personas que tratan de intoxicar todo lo que se expande a través de sus medios de difusión.
   Observen este otro fragmento revelador, teniendo en cuenta que remite al periodo correspondiente al fin de la guerra en 1918. Curiosamente hace casi un siglo.

   No creo que haya Sociedad de Naciones, Pacto de Kellog ni Conferencia de desarme que logre rescatar nuestro pobre residuo de civilización de las fuerzas amenazadoras de la catástrofe, mientras no compartamos los procesos racionales de pensamiento constructivo y experimentemos ese elemento de sagrada belleza que, como un rayo de sol radiante rasgando una nube de tormenta, glorifica la guerra de cuando en cuando. 

    En estas memorias encontramos de manera descarnada esa realidad sangrante producida por la violencia, y en ellas hay momentos de verdadera nostalgia y de contemplación, como hacemos también hoy, de esa naturaleza ajena a la inquietud y a la desesperante actividad humana. Como en este fragmento que reproduce Vera de su amiga Winifred Holtby:

   A veces contemplo el atardecer y veo solo la sangre derramada de unos cuerpos que podrían haber sido venerados como dioses y llorados por unos corazones que al menos poseen una divinidad potencial. Podríamos ser tan felices… Hay tanta belleza, y tanta bondad… […] incluso en este sitio tan poco bonito, los crocos, que este año florecen tarde, y los capullos minúsculos de los majuelos poseen una hermosura casi alarmante. ¡Ojalá cantaran los pájaros bastante fuerte para ahogar el lamento que se eleva de la insensatez, la insensatez de los habitantes de este estúpido planeta!

  O en este otro de la propia autora que hoy celebramos, donde propone que nunca se olviden estos acontecimientos trágicos:

   Quizá, después de todo, lo mejor que podíamos hacer los que quedábamos era negarnos a olvidar, y enseñar a nuestros descendientes que recordábamos con la esperanza de que ellos, cuando le llegara el momento, tuvieran más poder para cambiar el estado del mundo que nuestra generación arruinada y destrozada. Si tan solo la nobleza que nosotros habíamos orientado a la destrucción pudiese de algún modo ser empleada por ellos en la creación, si el valor que nosotros habíamos consagrado a la guerra podían ellos emplearlo en pro de la paz, el futuro podría conocer la redención del ser humano, en lugar de un mayor descenso hacia el caos. 

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