TESTAMENTO
DE JUVENTUD
He
leído con gusto las memorias de Vera Brittain, Testamento de juventud,
(1925) publicadas por Errata naturae & Periférica. La escritora británica
relata sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial con la objetividad
que le facilita su actividad de enfermera en el frente de batalla. Sus
reflexiones sobre aquella realidad son de una agudeza y aparente sencillez que
llaman la atención. Tras sus pensamientos se esconde el deseo conciliador y
pacifista.
Unos años antes, en 1889, la premio Nobel de la Paz, Bertha von Suttner
había escrito la novela, también pacifista, ¡Abajo las armas!, y en
su momento tuvo un gran eco porque la autora contaba biográficamente desde la
perspectiva de quien pertenece a un ambiente militar; sin embargo, eso no
impidió las consecuencias terribles de las guerras que asolaron el siglo XX. De
igual modo, Testamento de juventud tampoco tuvo el eco
suficiente para impedir la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos hace pensar que
la cultura es ajena a las decisiones de políticos y poderosos. En otro lugar,
nos encontramos los ciudadanos de a pie que recibimos con absoluta impotencia
esos acuerdos.
En
la obra de Vera Brittain hay algunos fragmentos que son aplicables a la
situación actual en todo el mundo y en especial a España. Fíjense en este:
Desde aquellos años, los
pacifistas han insistido a menudo -como en un valiente panfleto que leí hace
pocos días- en que la guerra crea más criminales que héroes; en que, lejos de
desarrollar cualidades nobles en quienes toman parte en ella, sólo saca lo peor
de cada individuo.
Observen este otro fragmento revelador, teniendo en cuenta que remite al
periodo correspondiente al fin de la guerra en 1918. Curiosamente hace casi un
siglo.
En
estas memorias encontramos de manera descarnada esa realidad sangrante
producida por la violencia, y en ellas hay momentos de verdadera nostalgia y de
contemplación, como hacemos también hoy, de esa naturaleza ajena a la inquietud
y a la desesperante actividad humana. Como en este fragmento que reproduce Vera
de su amiga Winifred Holtby:
A veces contemplo el
atardecer y veo solo la sangre derramada de unos cuerpos que podrían haber sido
venerados como dioses y llorados por unos corazones que al menos poseen una
divinidad potencial. Podríamos ser tan felices… Hay tanta belleza, y tanta
bondad… […] incluso en este sitio tan poco bonito, los crocos, que este año
florecen tarde, y los capullos minúsculos de los majuelos poseen una hermosura
casi alarmante. ¡Ojalá cantaran los pájaros bastante fuerte para ahogar el
lamento que se eleva de la insensatez, la insensatez de los habitantes de este
estúpido planeta!
O en este otro de la
propia autora que hoy celebramos, donde propone que nunca se olviden estos
acontecimientos trágicos:
Quizá, después de todo, lo
mejor que podíamos hacer los que quedábamos era negarnos a olvidar, y enseñar a
nuestros descendientes que recordábamos con la esperanza de que ellos, cuando
le llegara el momento, tuvieran más poder para cambiar el estado del mundo que
nuestra generación arruinada y destrozada. Si tan solo la nobleza que nosotros
habíamos orientado a la destrucción pudiese de algún modo ser empleada por
ellos en la creación, si el valor que nosotros habíamos consagrado a la guerra
podían ellos emplearlo en pro de la paz, el futuro podría conocer la redención
del ser humano, en lugar de un mayor descenso hacia el caos.
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