domingo, 20 de junio de 2021

LA NAVE DE LOS MUERTOS

 B. TRAVEN



Hace unos días he vuelto a ver la película de John Huston El tesoro de Sierra Madre basada en una novela de B. Traven. Mi curiosidad me ha llevado a consultar al novelista en internet y he descubierto que  Acantilado ha editado recientemente esa novela, además de  La nave de los muertos. Al leer la información de la editorial de esta obra me pareció tan sugestiva que decidí conseguirla y, efectivamente, su lectura no me ha decepcionado. 

He investigado en la biografía de este autor y sus datos ofrecen más dudas que certidumbres. Se trata de un escritor de múltiples facetas, un Peter Sellers de la narrativa, hasta el punto de que existen muchas sospechas sobre su verdadera personalidad; pero a diferencia del actor británico, es más que probable que el enmascaramiento en otras identidades se deba a la misma circunstancia vital del protagonista de La nave de los muertos, por tanto, habrá que seguir leyendo para saber qué sucede con él.  

El artículo de Jan-Christoph Hauschild "El hombre que se inventó a sí mismo" aclara alguno de esos datos. Parece ser que B. Traven nació en Alemania hacia finales del siglo XIX, aunque quizás su ciudad natal, Świebodzin, hoy pertenece a Polonia. A principios del siglo XX colabora como actor en diversos proyectos teatrales con el seudónimo de Ret Marut. Más tarde es responsable de la edición de la revista crítica Der Ziegelbrenner (El fundidor de ladrillos) en la que "postulaba el entendimiento y la amistad y los pueblos" y "apelaba a la sensatez y a la capacidad cognitiva del lector para descifrar la noticia dentro de la noticia"; curiosamente, la censura creyó que se trataba de una revista de albañilería. En 1919 se convierte en el responsable de prensa de la República Soviética de Baviera. Huye de Alemania y viaja a Austria y a Inglaterra, hasta que en 1924 llega a Tampico (México), donde probablemente, para no identificarse con la persona que fue en Alemania, hubo de cambiar su nombre y utilizar el de B. Traven con el que firmó sus creaciones literarias hasta su muerte en 1969.

La nave de los muertos tiene semejanzas con otras obras: como La nave de los necios, extenso poema alemán de Sebastian Brandt (1457-1521) con bellas ilustraciones, algunas de Alberto Durero, en que una serie de locos viajan en barco hacia el país de los tontos; la obra de teatro San Juan, de Max Aub, reúne a un gran número de judíos durante la II Guerra Mundial que vagan errantes en un barco sin que ningún país les dé acogida; similar argumento al de la película El viaje de los malditos (1976) en que el transatlántico San Luis con miles de judíos sale de Alemania huyendo del nazismo sin que Cuba les admita en su isla. La imagen inferior representa la pintura de Jerónimo El Bosco titulada La nave de los locos sobre el mismo tema.

La nave de los muertos desvela los avatares de Gerald Gates para poder sobrevivir en un mundo que le es hostil. La narración comienza con la pérdida de su barco Tuscaloosa y con ello su tarjeta de marinero. Indocumentado, deambula por Amberes hasta que la policía le pasa a la frontera de Holanda con unos florines para quitárselo de encima; pero luego es devuelto a Bélgica, después a Francia y a España.

El protagonista intenta conseguir un pasaporte o una tarjeta de marinero que le permita tener un medio de circulación sin contratiempos, pero sin éxito por el farragoso trajín de inacabables negativas de la burocracia. se convierte en un apátrida: "He aprendido que lo que llaman patria, incluso lo que llamamos con cariño tierra chica, está metido en conserva, guardado en carpetas entre miles de expedientes y representado por funcionarios que se encargan de quitarle a uno cualquier sentimiento patriótico hasta que no queda ni rastro de él. ¿Dónde está mi patria? Allí donde nadie me moleste, donde nadie quiera saber quién soy, lo que hago o de dónde vengo, esa es mi patria, esa es mi tierra chica." 


Como indicara Stefan Zweig en El mundo de ayer -véase la entrada correspondiente en este blog-, también el protagonista de la novela de Traven se queja en primera persona de las consecuencias de la I Guerra Mundial. "Antes de la guerra nadie preguntaba por la tarjeta de marinero o por el pasaporte y la gente vivía tan feliz. Pero las guerras que se hacen en nombre de la libertad, de la democracia y del derecho de autodeterminación de los pueblos son siempre sospechosas. Sospechosas desde el día en que los prusianos comprendieron su guerra de liberación contra napoleón. Cuando se gana una guerra de liberación, en cuanto la campaña acaba, los hombres se quedan sin libertad, porque la guerra ha triunfado sobre la libertad." Joseph Roth en La cripta de los capuchinos abunda sobre esta idea señalando que en esa guerra no participó todo el mundo, a pesar de su denominación; sin embargo, "como consecuencia de ella, todos nosotros perdimos un mundo: nuestro mundo."

Sobre ese concepto de libertad, la opinión de Gerald es muy clara, pues hay que desconfiar de quien enarbola ese término porque cuando uno tiene que ir pregonando a voces: «¡Somos un pueblo de hombres libres!», es que quiere ocultar el hecho de que la libertad se la han dado a los perros o que ha desaparecido entre cientos de miles de leyes, ordenanzas, disposiciones, instrucciones, reglamentos y porras de policía, que la han devorado como si fueran ratas, y sólo han quedado los gritos, el eco atronador de los clarines y la figura de una diosa que representa a la libertad.”

Por fin, cuando llega a Barcelona embarca en el Yorikee, el terrible barco de los muertos. En el camarote de la tripulación hay una inscripción de lo más halagüeña: "Quien entra aquí perece, su nombre y su ser se esfuman para siempre." En él nuestro protagonista trabaja como carbonero, con una tarea constante, inmunda y fatigosa, sin apenas descansos, durmiendo en un camastro que es una simple madera, junto a compañeros andrajosos y llenos de suciedad y sin luz eléctrica, con lámparas de petróleo que hacen irrespirable la sala de las calderas. La comida es escasa y nauseabunda y las ratas deambulan en plena libertad. ¿Qué transporta el barco, además de estas maravillas?, pues , ¡qué va a ser sino productos de contrabando! Por supuesto, nadie pregunta a nadie sobre la documentación personal. Todo un lujo para quien desea un crucero con todos los detalles de las atracciones turísticas.

Se podría decir que la invención narrativa del autor es asombrosa, pero si hacemos caso de las palabras de J. Ch. Hauschild, esa invención tiene un trasfondo de vivencia personal, pues allí se nos dice: "Yo no puedo sacarme nada de la manga (...). He tenido que aterrorizarme hasta casi enloquecer antes de poder describir el horror, tengo que sufrir yo mismo toda la tristeza y toda la pena del alma antes de hacérselas sufrir a las figuras a crear."

 


¿Cuánto hemos cambiado  desde aquella publicación de finales del XV de Sebastian Brandt? Permítanme que responda con claridad: ¡Nada, nada, nada! Basta observar la llegada de pateras a las costas europeas o contemplar cómo se persigue a embarcaciones, como el Open Arms o el Aquarius, que tratan de ayudar a inmigrantes que huyen del hambre, la guerra o, simplemente, un destino de miseria. Países que han aprobado los derechos humanos de asistencia y protección de la vida humana, tratan a sus ocupantes como apestados, pues traen el virus de la pobreza y solo transmiten el dolor. El egoísmo de los países desarrollados para cumplir un mínimo de esperanza con los pobres de la tierra es descorazonador. Es el mismo egoísmo que nos transmitía un amigo al considerar que vivimos bien y que no es necesario defender a partidos políticos que reclaman un reparto de la riqueza con equidad. "Aquí se vive bien", nos decía hace apenas unos meses. Mi respuesta fue si es necesario cerrar los ojos a las personas que viven con nosotros o más lejos y tienen sus necesidades básicas sin cubrir, si es necesario que los marginemos, mientras nosotros vivimos bien. Creo que ya he comentado en varios artículos de este blog esta idea que escuché hace ya unos cuantos años a mi compañero de Filosofía Fernando López Laso en aquellos inacabables claustros del IES Parla II: en este mundo globalizado si no hacemos nuestras las penalidades, desgracias y miserias de los países pobres no acabaremos con la pobreza, es decir, su pobreza también es la nuestra. Un mundo igualitario, independientemente de distintas etnias, religiones o intereses, es necesario.