DICHOSA
PERFECCIÓN
Antes
de que viéramos en los medios de comunicación las terribles oleadas
de inmigrantes en Lampedusa, antes de que se convirtiera en la isla
de los espíritus dolientes, el profesor Rafael Argullol había
confirmado el carácter paradisíaco de esta isla italiana en la
novela con ese mismo título Lampedusa.
Sus opiniones en los temas sociales y culturales de este filósofo,
novelista, poeta y divulgador en medios de comunicación es digna de
resaltar, especialmente por su implicación con la realidad
de esos inmigrantes que buscan refugio en las costas europeas.
Rafael
Argullol ya había diagnosticado la tragedia desde la mitología,
algunas obras literarias y otras circunstancias históricas en El
fin del mundo como obra de arte, quizás anticipándose a la
realidad con que nos sumergimos en estos días tan dramáticos. De
igual modo, en su novela La
razón del mal anunciaba una pandemia, si bien de índole
espiritual. En algunas de sus obras observamos que todo desemboca en
un fatal desenlace sin necesidad de oráculos.
En
algunos escritores ya encontramos esos mismos augurios: “Pienso
si todo en la vida no será la degeneración de todo”, dice
Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego. “Todas la
imágenes desaparecerán”, señala Annie Ernaux al comienzo de
Los años, y en uno de mis poemas de Anónimos:”Esconde
las manos creadoras/y di que todo ha sido construido/para la
destrucción.”, aparecía ese mismo diagnóstico trágico, al
igual que en mi entrada anterior titulada “De
sombra y ruinas”.
Este
anuncio de la desolación propia del mundo romántico como
interpretación nostálgica, ya lo sugería Argullol en La
atracción del abismo: “no es solamente la
expresión de la desesperanza o el reconocimiento de la caducidad
humana, sino también la materialización de una protesta contra una
época a la que se considera desprovista de ideales heroicos.”
En
relativo contraste a ese pensamiento destructivo en una conferencia
titulada El
lujo y su sombra. Pasado y presente
en
el CaixaForum de Madrid en octubre de 2019 con motivo de la
exposición Lujo:
la imagen del poder en la antigüedad. De los asirios a Alejandro
Magno,
el profesor Argullol resumió al final de su discurso un decálogo
digno de tener en cuenta sobre su pensamiento de lo que podríamos
considerar hoy como “lujo”. Ese decálogo, si no recuerdo mal,
estaba integrado por los siguientes conceptos: espacio, tiempo,
conversación, descubrimiento, silencio, jovialidad, lentitud,
hospitalidad, viaje y compasión. Alguno de ellos ya estaba esbozado
en “Siete argumentos para defender la poesía en medio del ruido”,
publicado en su libro Maldita
perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la
belleza.
En
la realidad que vivimos hoy de confinamiento esas ideas de espacio y
viaje quedan evidentemente fuera de una posibilidad inmediata; sin
embargo el resto mantienen su disponibilidad. Más que nunca el
tiempo, el silencio y la lentitud se nos hacen presentes. La
solidaridad y la compasión son de absoluta necesidad, pues las
diferencias sociales, determinadas actitudes políticas y bélicas y
la voracidad de los emporios económicos provocan ese aumento de
familias empobrecidas y constantes flujos de población buscando el
refugio de la supervivencia. La conversación y el contraste de
opiniones respetando argumentos contrarios a nuestros puntos de vista
son fundamentales para una convivencia sana. Por fin, el deseo de ser
como el niño que busca y curiosea hasta descubrir, sea en la
conversación, en lecturas o en la observación, pensamientos nobles
de personalidades que realmente nos aportan un enriquecimiento
personal, nos llevarán a la idea final y que más necesitamos, que
es la jovialidad. Ese deseo de bienestar que conduce a la aspiración
individual de autorrealización.
Sin
duda, el profesor Rafael Argullol se halla entre esas personalidades
capaces de aportarnos brillantes ideas que inevitablemente nos
trasladan a ese deseado bienestar y a esa dichosa perfección.
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