DE
LOS AÑOS Y EL AMOR
Garcilaso
de la Vega (1501?-1536) no sólo imitó a Francesco Petrarca
(1304-1374) en la forma de sus poemas al escribir en los mismos
metros que el poeta italiano, como la canción o el soneto, también
hay claros indicios de que en lo relativo al contenido reprodujo los
mismos temas que él, especialmente en el amoroso, como ha reconocido
la crítica en este artículo
del profesor Andrés González Sánchez y se aprecia en los versos
que dan pie al título de esta entrada. Los de Petrarca son, según
la traducción de Jacobo Cortines para la edición del Cancionero
de la editorial Cátedra:
Cuando
me paro a contemplar los años,
y veo mis pensamientos esparcidos,
y el fuego en que ardí helándome apagado,
y acabada la paz de mis afanes,
rota la fe de engaños amorosos,
dividido en dos partes mi bien todo,
una en el cielo y otra aquí en la tierra,
y perdido el provecho de mis males,
en mí vuelvo, y me encuentro tan desnudo
que envidia siento por cualquier destino:
tanto dolor y miedo de mí tengo.
¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Muerte, o Hado,
oh siempre para mí dulce cruel día,
cómo en tan bajo estado me habéis puesto!
y veo mis pensamientos esparcidos,
y el fuego en que ardí helándome apagado,
y acabada la paz de mis afanes,
rota la fe de engaños amorosos,
dividido en dos partes mi bien todo,
una en el cielo y otra aquí en la tierra,
y perdido el provecho de mis males,
en mí vuelvo, y me encuentro tan desnudo
que envidia siento por cualquier destino:
tanto dolor y miedo de mí tengo.
¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Muerte, o Hado,
oh siempre para mí dulce cruel día,
cómo en tan bajo estado me habéis puesto!
El
soneto de Garcilaso presenta también el triste estado en que se
encuentra el poeta y se lamenta del amor perdido:
Cuando me paro a
contemplar mi estado
y a ver los pasos
por do me ha traído,
hallo, según por
do anduve perdido,
que a mayor mal
pudiera haber llegado;
mas cuando del
camino estó olvidado,
a tanto mal no sé
por do he venido;
sé que me acabo,
y más he yo sentido
ver acabar
conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que
me entregué sin arte
a quien sabrá
perderme y acabarme
si ella quisiere,
y aun sabrá querello;
que pues mi
voluntad puede matarme,
la suya, que no
es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué
hará sino hacello?
Influidos
por la temática del amor cortés los poetas medievales y de
principios del Renacimiento concebían a la amada como un ser
bellísimo, superior, esquivo y ajeno a la voluntad del amante. En
ambas estrofas observamos el quejido amoroso, pero es en el soneto de
Petrarca donde es más acuciante la realidad de los pesados años del
poeta. En los dos poetas coincide la circunstancia de enamorarse de una
mujer casada y fallecida en su juventud y a la que ensalzan en su
obra. Laura es Petrarca, como Isabel lo es a Garcilaso.
Laura
es asimilada por Petrarca como laurel, pues este árbol es
identificado con Apolo, con el arte, con el poder de la profecía,
como sugiere el profesor Javier Salazar Rincón en su artículo
“Sobre
los significados del laurel y sus fuentes clásicas en la edad media
y el siglo de oro; en otras en ocasiones el poeta italiano se
refiere a su amada como lauro o el auro, es decir, el oro. Este juego
paronomástico también lo encontramos en Garcilaso, pero su amante
Isabel es camuflada con el aparente anagrama de Elisa que encontramos
en su égloga primera:“¿Quién
me dijera, Elisa, vida mía,/cuando en aqueste valle al fresco
viento/andábamos cogiendo tiernas flores,/que había de ver con
largo apartamiento/venir el triste y solitario día / que diese
amargo fin a mis amores?”
Los
dos sonetos de estos autores tuvieron un eco muy preciso en la obra
de algunos poetas posteriores, quizás más influidos por el poeta
castellano como apunta la profesora Nadine Ly en su artículo “La
rescritura del soneto primero de Garcilaso”. En él se pueden
encontrar los textos de los imitadores, como Gaspar Gil Polo, Juan de
Mal Lara, Luis de Camoens, Santiago de Córdoba, una posible
atribución a Fray Luis de León, Lope de Vega, Francisco de Quevedo,
e incluso algunos sonetos paródicos muy divertidos que conviene
leer; pero en ese artículo también encontramos los precedentes y no
sólo el célebre soneto de Petrarca, sino también versos similares
de Ovidio y de Dante en su Divina
comedia.
Sin
embargo, yo quería celebrar la existencia de un soneto de un amigo
entrañable que concuerda plenamente con todos estos presentados
hasta aquí. Me refiero al soneto que Antonio Muñoz Frías titula
“Cuando mi verso y mi voz estén callados” y
que pertenece a su última publicación Sonetos
que al alma sanan publicado por la
editorial Alfasur el año pasado.
Al
contemplar de mi vida lo pasado,
y
verla ya agotada, tan herida,
presumo
que fue mal gastada y perdida,
y
tiempo y primavera no he gastado.
Cuando
mi verso y voz, ande olvidado
y
olvidadas las horas de mi vida,
mi
camino dará por no tenida
las
huellas que en la vida haya dejado.
Mis
lágrimas serán como lloradas
en
llanto derramado, sin motivo
y
por ríos, al mar serán llevadas.
Varado
mi barco, y yo cautivo
en
las olas del mar, alborotadas,
en
ti y en tu recuerdo estaré vivo.
© Manuel J. Fernández
El
poeta amigo con sus casi noventa y cuatro años es el autor de este
soneto y, a pesar de que mezcla el verso dodecasílabo con el
endecasílabo y los puristas podrían despreciarlo, considero que es
un bellísimo poema que reúne admirablemente la sabiduría de la
tradición lírica de épocas pasadas. Las fotografías pertenecen a la presentación de su libro en la Biblioteca de la Cadena de Pinto el 15 de marzo de 2019 y las hizo mi amigo Manuel J. Fernández.
©
Manuel J. Fernández
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