JAMES
STEPHENS y LA OLLA DE ORO
James Stephens (1882-1950) fue
un poeta, dramaturgo y novelista irlandés con escasa obra publicada
en español, tan solo el diario La insurrección de Dublín y
las novelas La hija de la mujer de la limpieza y La olla de
oro. Stephens fue amigo de James Joyce hasta el punto de que
éste le confió el final de su novela inextricable Finnegan's
Wake, aunque al final el creador de Ulises la acabó por
su cuenta.
No sé de qué manera llegó a
mis manos La olla de oro, una
novela de tintes surrealistas y con referencias a la mitología
irlandesa publicada en español por la editorial Siruela. En ella las
situaciones irreales y el humor están presentes en cada momento. Me
recuerda a algunos fragmentos de Alicia en el país de las
maravillas; pero es en determinadas sentencias ‒a
veces del narrador, a veces del personaje Filósofo‒
donde se encuentra la verdadera belleza de esta novela. Fíjense si
no en estas:
“La curiosidad suele vencer al miedo con más
fuerza incluso que el valor”.
“El bien y el mal son dos
guisantes en la misma vaina”.
“Vivimos el tiempo que se nos permite y
tenemos la salud que nos merecemos”.
“El fin yace
escondido en el principio”.
“La palabra tiene mucho más
poder del que mucha gente se imagina”.
“En la génesis de
la vida, el amor está en el principio y en el fin de todo”.
Los seres mitológicos
irlandeses (leprecauns, Angus Óg), coinciden en la novela con personajes que son
reconocidos por sus nombres (Caitilin, Seumas, Brigid) o por sus
características (la Mujer Flaca, el Filósofo). Los leprecauns son “hombrecillos (que) vestían trajes verdes ajustados,
delantalitos de cuero y gorros verdes puntiagudos que se bamboleaban
al moverse. Todos andaban muy ajetreados haciendo zapatos.”
Necesitan una olla de oro que les identifica y ese es el motivo de la
novela. Angus Óg es el dios del amor que permite resolver el
conflicto de la obra y quien consigue el amor de Caitilin,
secuestrada antes por el dios Pan.
Merece la pena recordar algunos
fragmentos de la novela que son memorables:
“Qué es más importante,
la Tierra o las criaturas que se mueven sobre ella? Únicamente la
arrogancia intelectual puede insinuar esta pregunta, porque en la
vida no hay mayor y menor. Lo que es justifica
su propia importancia por el mero hecho de existir, pues ése es el
gran logro común.”
“Creo que la belleza tiende
a ser espantosa a medida que se hace perfecta, y que, si pudiéramos
captarla en su totalidad, veríamos que la belleza extrema es de una
fealdad desoladora, y la belleza absoluta y última recibe el nombre
de Locura. Por lo tanto, los hombres deberían buscar la amabilidad
con más ahínco que la belleza y tendrían siempre cerca a un amigo
que les comprendiera y les consolara, pues ésa es la tarea de la
amabilidad, pero la de la belleza... nadie en absoluto sabe cuál
es.”
Caitilin “había llegado a
comprender la terrible tristeza de los dioses y por qué Angus Óg
lloraba en secreto; porque a menudo lo había oído llorar por la
noche y ella sabía que lloraba por los que eran desgraciados y que
seguiría siendo inconsolable mientras hubiera en el mundo personas
tristes o actos malvados. La propia felicidad de Caitilin también se
había infectado de la desdicha ajena, hasta que supo que nada le era
ajeno, y que en realidad todas las personas y todos los seres vivos
eran sus hermanos y hermanas y que ellos vivían y morían en la
aflicción; finalmente supo que no había hombres sino género
humano, ni existía el ser humano sino sólo la humanidad. Nunca más
volvió a encontrar placer en la satisfacción de un deseo, porque el
sentido de su individualidad había sido destruido: ella no era sólo
un individuo; era también parte de un poderoso organismo destinado a
lograr su unicidad mediante cualquier esfuerzo, y este gran ser era
triple, abarcando en su poderosa unidad a Dios, al Hombre y a la
Naturaleza.”
En La olla de oro, tras un sencillo argumento, se
esconde una profunda reflexión sobre la condición humana y su
relación con el medio natural en igualdad de condiciones, sin
jerarquías ni semejanzas divinas que propician ideas de la
supremacía humana frente a otros seres vivos; del mismo modo, James
Stephens nos habla de lo relativo que son determinados prejuicios y
etiquetas con que nos vanagloriamos y la necesidad de cuestionar con
juicio crítico ciertos valores ‒hoy
diríamos que especialmente los medios de comunicación nos imponen
con su poder de emisión algunas opiniones al considerarnos meros
pasajeros receptivos‒;
por fin, hay un elemento fundamental en la obra que es necesario
recalcar y es el de la compasión hacia otras personas, el de
reconocer la debilidad de otros y buscar su consuelo, ya que todos
formamos parte de un todo en el que estamos inevitablemente
relacionados: el dolor o la felicidad de cualquiera de sus
integrantes suponen la pena o el placer de los demás respectivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario