¡Abajo las armas!
[Como todo lo que comienza tiene su fin, creo que ha llegado el momento de decir adiós a este blog que se inició con esta pandemia que nos ha traído a todos de cabeza y, como hay otro tipo de mal endémico que nos sumerge en el delirio y la culpa, que mejor fin que recordar la figura de la baronesa Bertha von Suttner y su memorable ¡Abajo las armas!]
Ya en una entrada anterior relativa a la I Guerra Mundial ("Testamento de juventud". Vera Brittain) mencioné a Bertha von Suttner tras leer su novela ¡Abajo las armas! La obra recoge las iniciativas pacifistas de la protagonista Martha Althaus, que, como la propia autora, había conocido in situ la tragedia humana que suponía cualquier conflagración bélica.
No voy a extenderme en el argumento de la novela de 1889 ni en detalles autobiográficos de la autora que se pueden encontrar en internet fácilmente. Quiero analizar la justificación que algunos representantes de ciertos estamentos ofrecen en la novela para considerar la guerra como necesaria.
En una
conversación entre el ministro, Konrad Althaus, padre de la protagonista, y
Tilling, el marido de Martha, el aristócrata y militar Konrad, imbuido de su
espíritu beligerante, afirma que “las
guerras ensanchan las fronteras de una nación y aumentan su poderío. Gracias a
guerras afortunadas se han construido y afianzado los estados… La ambición
personal del soldado no es lo único que se ve satisfecho en la guerra, sobre
todo es el orgullo nacional el que se ve alimentado… en una palabra, el
patriotismo.” Es decir, la guerra y sus efectos permiten ampliar el
horizonte patriótico y desarrollar un amor nacional, aunque no siempre es así; pero si lo fuera, ese sería
el argumento centrado exclusivamente en la visión particular de uno de los
ejércitos, puesto que se desprecia la visión del otro ejército, que por supuesto
tendrá los mismos pensamientos sobre su condición patriótica. De esa manera
solo se genera un odio visceral de unos a otros hasta desear la muerte del
enemigo. La muestra de ese odio generalizado la encontramos en las guerras que
aún hoy continúan en el mundo. No se piensa en las consecuencias que provocan una guerra, pues a ese odio se une la perdida de vidas humanas. La destrucción es la protagonista. Quizás algunos piensan que tras esa hecatombe hay un negocio floreciente pues hay que reconstruir lo destruido.
Más adelante, la protagonista Martha Althaus busca en un pastor la reafirmación de sus ideas pacifistas, sin embargo, el religioso le ofrece todo lo contrario, según él: “la guerra solo es un caso de legítima defensa. Debemos acatar el mandato del Redentor y amar a nuestros enemigos; pero no se desprende de esto que debamos sufrir la injusticia y la violencia.” No sirven los mandatos de los mandamientos relativos al “No matarás” o el deseo de “Amad a vuestros enemigos”, pues el pastor no cambia de opinión, más bien al contrario, hay que adelantarse al enemigo por si este ataca antes. El consuelo que podría facilitar el mensajero celestial solo contribuye a despreciar la paz. En nuestro país tenemos una muestra similar cuando la iglesia engrandeció al dictador poniéndolo bajo palio y negando la posibilidad de una reconciliación.
La autora, por boca de Friedrich von Tilling, reconoce cuál es el verdadero sentimiento capaz de derribar el odio y construir la paz: “Mientras subsista ese sentimiento [de odio], no existirá un verdadero sentimiento de humanidad. Hoy, en este mundo de desdichas, no hay más que una cosa…, una sola cosa capaz de ennoblecer al hombre, una cosa capaz de darle la dicha: el amor.” Quizás, del mismo modo que existen días señalados para el medio ambiente o los enamorados, habría que instituir en todo el mundo el día de la reconciliación, del amor a tu enemigo, incluso con baratijas y otros recordatorios para consumo de los amantes de fetiches y enriquecimiento de comerciantes.
Muchas gracias a todos los lectores que me han acompañado durante estos años. ¡Salud, amigos!