lunes, 13 de diciembre de 2021

 ANTONIO GAMONEDA


Probablemente alguno de mis amigos de las tertulias a las que acudía en los años ochenta y  noventa, que ya he mencionado en otra entrada, me sugirió que se acababa de publicar Edad (1989) de Antonio Gamoneda en la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. Conocer esa obra de este magnífico poeta me sorprendió gratamente hasta el punto de que aquel ejemplar lo presté poco tiempo después hablando maravillas de él, pero… tuve que comprar otro ejemplar.

Me llamaba la atención de la obra del maestro la manera encubridora de algunos de sus poemas. La realidad que había vivido el autor se manifestaba en muchos de los textos a partir de sus silencios, y reflejando con insistencia emotiva una realidad que dañaba las conciencias. Baste como ejemplo el poema incluido en su obra Lápidas (1977-1986) titulado “Desde los balcones”.

Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.

(Mi madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró las hojas del balcón lentamente).

Esa exasperación y el canto de los mineros, probablemente por su lucha constante no solo contra el mineral excavado en condiciones infrahumanas, también contra el propietario de la mina y contra el estado totalitario y tolerante con la opresión, contrasta con la imagen de silencio exigido por la madre y produce que la palabra prohibición aumente significativamente y manifieste, como se indica en sus memorias, esa idea de clandestinidad.

En sus memorias publicadas por Galaxia Gutenberg, Un armario lleno de sombra y La pobreza, Antonio Gamoneda pasa revista a su infancia y juventud, sin embargo no se conforma con la narración de hechos de su pasado, también nos cuenta aspectos de su vida reciente, incluso de algunos encuentros con amigos en restaurantes indicando el menú o citando las medicinas que toma o los momentos en que la fractura de la edad se quiebra. En ocasiones, él mismo se da cuenta de que algún fragmento difiere de la intención que perseguía asumiendo que se trata de escritura automática, pero no considera que se deba eliminar y lo deja porque cree que forma parte de su visión particular del mundo. Entre esos fragmentos me interesa rescatar su visión irracional del hombre; para él, “la democracia consolida, alberga y encubre los totalitarismos económicos, y se ha hecho «natural» identificar como democracia a lo que lleva dentro una dictadura.” Echa de menos al hombre empático (“el «miembro» más racional, creativo y generoso de la subjetividad humana”) y cree que los ciudadanos tienen en su mano la posibilidad de cambiar el signo de los tiempos con una acción conjunta: “la abstención consumista”, aunque ello provocaría una alarma en el poder constituido hasta el punto de exterminar con todas sus armas esta conciencia revolucionaria. Esta idea, que es brillante, aunque muy improbable, requiere un análisis más detenido: efectivamente, la publicidad y el deseo de todos los poderes políticos y económicos, no se cansan de hacernos creer que el mundo de felicidad se encuentra tras el consumo constante de bienes y ello nos impide distinguir entre lo imprescindible y lo necesario para vivir y rechazar lo superfluo o incluso lo realmente inútil.

Llama la atención su idea sobre la poesía y su exclusión de los géneros literarios tradicionales al considerar que no es literatura, pues “La poesía nace de un saber desconocido y, en nuestra tradición y en nuestros días, bajo condiciones de aparente irrealidad lingüística, crea, en sí misma, una realidad que, simultáneamente es también conocimiento del inicial saber desconocido.” En otro momento dice: “La poesía es generación sucesiva de un lenguaje transfigurado en su origen.” Evidentemente, la literatura desde principios del siglo XX ha alterado todos los cánones tradicionales y hoy ya es imposible aplicar con criterio.

Cuenta en sus memorias que casi siempre ganaba los premios poéticos a los que se presentaba y por los poemas que he podido leer su genialidad se desborda en cada uno de ellos. He seleccionado dos: el primero se titula “Hablo con mi madre” (Blues castellano, 1982) y parecería que es una respuesta al poema que hemos incluido más arriba:

Mamá ahora eres silenciosa como la ropa
del que no está con nosotros.
Te miro el borde blanco de los párpados
y no puedo pensar.
   Mamá: quiero olvidar todas las cosas
en el fondo de una respiración que canta.
Pasa tus manos grandes por mi nuca
todos los días para que no vuelva
la soledad.
   Yo sé que en cada rostro se ve el mundo.
No busques más en las paredes, madre.
Mira despacio el rostro que tú amas:
mira mi rostro en cada rostro humano.
He sentido tus manos.
   Perdido en el fondo de los seres humanos te he sentido
como tú sentías mis manos antes de nacer.
Mamá, no vuelvas más a ocultarme la tierra.
Esta es mi condición.
                                     Y mi esperanza. 

 

El segundo poema pertenece a Arden las pérdidas (2003) y en él se aprecia el pesimismo que también destilan sus memorias:


Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos
y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón
y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.

Hay
grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van
a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

Es la agonía y la serenidad.

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya
la única sabiduría es el olvido.

Con el título Esta luz la editorial Galaxia Gutenberg está reuniendo toda su producción poética. 
El cartel que aparece aquí es el conmemorativo de la concesión del Premio Cervantes en 2006 a Antonio Gamoneda.

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