viernes, 4 de diciembre de 2020

DE LA SERVIDUMBRE EN LA RUSIA ZARISTA

 Memorias de un cazador, Iván Turguénev

Memorias de un cazador es el título de una serie de cuentos escritos por Iván Turguénev (1818-1883) publicados en diferentes periodos de su vida, desde 1840 a 1874. Para el escritor ruso la caza obliga a recorrer lugares “sumamente agradables” a una persona ociosa como él. Sin embargo, para Natalia Ujánova, editora de la obra en ediciones Cátedra, es el pretexto del autor para ofrecernos información de la situación de los mujiks o campesinos en la época de la Rusia zarista, lo que a la sazón le provocó no pocas críticas de terratenientes y aristócratas por la evidencia de explotación a la que sometían a los campesinos, porque ellos eran mera posesión del potentado de turno.

No tengo ninguna experiencia con la caza y tampoco con la pesca. Recuerdo que de adolescente acompañaba a mi tío y a mi primo, ellos enamorados de conseguir carpas, lucios y truchas americanas por ríos y pantanos de Guadalajara, pero yo me dedicaba a explorar la naturaleza y los pueblos cercanos. Algunos familiares de Tomellosa, en Guadalajara, sí se dedicaban a la caza, y aún hoy uno de mis primos continúa con esa tradición; pero yo no los acompañaba nunca. Recuerdo que un conocido de un pueblo de Málaga me enseñó sus trofeos disecados conseguidos en los Cárpatos de Polonia y la impresión que me produjo no fue muy agradable. Por eso la idea de Miguel Delibes sobre la caza –el enfrentamiento del cazador con la pieza frente a frente forzando sus reflejos, músculos y nervios hasta liquidar al conejo o a la perdiz– tampoco me parece muy atractiva. Aunque como dice Juan José Millás en El País (6 de noviembre de 2020) “La cuestión es si podemos prescindir de la caza” y si se pudiera recurrir a “balas inmateriales”.

Aunque rechace la caza he de reconocer el valor literario de los relatos de Turguénev y, por supuesto, de Miguel Delibes.

Los campesinos que visitó Turguénev vivían en un sistema feudal: eran obligados a permanecer sometidos a su amo y debían ofrecerle lo pactado: ya fueran especies o el dinero convenido, podían ser vendidos a otro terrateniente y estaban forzados a obedecer sus mandatos. Este sistema de semiesclavitud y servidumbre en la época zarista pervivió hasta febrero de 1861.

En el relato titulado “Lgov” Iván Turguénev nos cuenta que Suchok, cuyo verdadero nombre es Kuzmá, ha pasado por varios amos y, según el deseo de ellos, ha sido cocinero, mozo de bar, actor, paje, postillón, jardinero, perrero y en su último trabajo pescador en el río pantanoso Rosota, porque su última ama Aliena Timofievna le hizo la siguiente proposición:

“Llegó aquí de su heredad, Tambov, nos mandó venir a todos los siervos y salió a vernos. Fuimos primero a besarle la mano y ella, como si tal cosa, no se enfadó… Luego nos fue preguntando a todos, por orden, qué hacíamos, cuál era nuestro empleo. Cuando me tocó a mí, me dice: «Tú, ¿qué eres?» «Cochero», le respondo. «¿Cochero? Pero ¡qué cochero puedes ser tú! Mírate: ¿tienes aspecto de cochero? En adelante serás pescador, y aféitate la barba. Con motivo de mi llegada suministrarás mi mesa de pescado, ¿me oyes?»”

La dueña anterior no le permitió casarse y ahora, a la vejez, no cobra ningún jornal. “¡Me dan de comer, y gracias!” Curiosamente, lejos de sentirse humillado por su situación, agradece a su ama: “¡Qué Dios conceda larga vida a nuestra señora!” No hay remordimiento ni reivindicación.

En el cuento “El intendente” la dominación sobre los campesinos es todavía más deprimente e intolerable: el viejo campesino Antip acude con su hijo para pedir clemencia a su amo Arkadi Pávlych por la actitud del intendente o encargado Sofrón Yákolich.

−¿Qué pasa? ¿De quién te quejas?

−¡Ten piedad de nosotros, señor! Déjanos respirar… Nuestra vida es un verdadero tormento. (El viejo hablaba con dificultad.)

−¿Quién te atormenta?

−Sofrón Yákolich, señor.

Arkadi llama a Sofrón y éste acude. “Al parecer, el intendente había estado de jarana en Perovo: tenía la cara abotargada y olía a vino.”

Antip comenta lo que el intendente les ha hecho: “Señor, nos ha arruinado. Dos hijos, buen amo, los ha enviado como reclutas cuando no les correspondía, y ahora se lleva al tercero… Ayer, buen amo, se llevó la última vaca de mi parcela y golpeó a mi esposa.”

Sofrón, lejos de asustarse, tacha al viejo de borracho y de atrasarse en los pagos y el amo se aleja con el supuesto deseo de dar cierta orden: “Daré una orden… Muy bien, largaos. Los campesinos no se levantaron. No os he dicho que… Muy bien. Largaos. Daré la orden, os lo estoy diciendo.”

Los ejemplos de la explotación de la mujer son todavía más denigrantes. En “Jor y Kalínich” se dice: “la mujer es la sirvienta del marido”, por eso se entiende la actitud de Yermolái con su mujer en “Yermolái y la molinera”, la trataba “cruel y groseramente, adoptaba en casa una actitud amenazadora y dura, y, a pesar de eso, la pobre mujer se desvivía por darle gusto, temblaba ante una mirada suya, no escatimaba el último kópek para comprarle y le cubría servil con su tulup (zamarra), cuando tumbado majestuosamente en la chimenea se dormía con sueño de bogatyr (héroe legendario ruso).” En este mismo cuento Zvierkov relata al escritor que su mujer tuvo que rechazar a su doncella porque le pedía poder casarse. La segunda vez que lo hizo se encontraba en cinta. “Ordené inmediatamente que la raparan, le diesen un zapatriez, una ropa burda, y fuera enviada a la aldea. Mi mujer se quedó sin una excelente doncella, pero no había nada que hacer. No se puede, sin embargo, admitir semejante desorden en una casa. El miembro enfermo vale más extirparlo de raíz…

En el cuento titulado “La cita”, Víctor Alexándrych le indica a Akulina “careces de instrucción, por eso, has de escuchar lo que se te dice.” Entendemos que ese “escuchar” implica necesariamente un significado diferente al literal de atender a lo que se dice, se intuye el de obedecer a las peticiones de su amante

No obstante, hay mujeres rebeldes que se alejan de este estereotipo de mujer obediente: en el relato “Piotr Petróvich Karatáev”, Matriona huye con su amado Karatáev a pesar de que su ama María Ilínichna le prohibe casarse con él. También en “El final de Chertopjánov”, la gitana Masha decidió liberarse de su amante: “una magnífica tarde de verano Masha hizo un hatillo con algunos de sus trapos y abandonó la casa de Cherpjánov.”

Por último, añado el texto relativo a la descripción del bosque de Ardalión Mijáilych del cuento “La muerte”. Merece la pena detenerse en él por la belleza que transmite y por la idea de cómo la naturaleza cambia el paisaje y se nutre de sí misma: Turguénev nos describe el bosque que conoció en la infancia ya que los rigores del invierno de 1840 provocaron la desaparición de sus robledales.

“Este bosque constaba de doscientos o trescientos enormes robles y gigantescos fresnos. Sus cimbreantes y vigorosos troncos negreaban majestuosamente en el verdor dorado y transparente de los avellanos y serbales; elevándose más sobre el brillante azul del cielo, desplegando en forma de cubierta sus anchas y nudosas ramas; azores, esmerejones, cernícalos volaban silbando bajo las inmóviles cimas de los árboles, abigarrados picapuercos golpeaban con fuerza las rugosas cortezas; tras el trino de la oropéndola, el sonoro canto del mirlo resonaba de pronto en el espeso follaje; abajo, entre los matorrales gorjeaban los petirrojos, los pardillos, las currucas; los pinzones correteaban raudos por los senderos; la liebre blanca se desplazaba rápida por las veredas, zigzagueando cautelosamente; la ágil ardilla saltaba de árbol en árbol, para de pronto sentarse elevando la cola por encima de la cabeza. En la hierba, junto a enormes hormigueros, a la sombra de las recortadas hojas de los helechos, florecían violetas y muguetes, crecía toda clase de hongos, russulas, amanitas, agáricos, setas de roble, oronjas falsas; en los claros, entre amplias matas rojeaban las fresas… ¡Y qué sombra había en el bosque! Cuando mayor era el bochorno, en pleno mediodía, parecía ser de noche: qué silencio, qué perfume, qué frescor.”

En una nota a pie de página el propio autor indica que “en lugar de los esplendorosos árboles extinguidos, crecen por sí mismos abedules y álamos, entre nosotros no se conoce otra forma de repoblación forestal.” Ojalá que la tala indiscriminada de la región amazónica y de otras zonas pudiera regenerarse igualmente ¡Es imprescindible revertir estas acciones, conseguir la reforestación del planeta y lograr un ecosistema realmente sostenible!

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