ELOGIO
DE LA SOMBRA
Elogio de la sombra es un breve ensayo del escritor japonés Junichiro Tanizaki en que muestra la diferencia entre el mundo occidental y el oriental y establece los criterios de belleza relacionados con los conceptos de luz, penumbra y oscuridad.
El
autor se hace eco de la antigua tradición japonesa de las construcciones de
templos o casas particulares con amplias zonas de sombra. Para él: “cuanto
llamamos belleza surge de la realidad cotidiana, y nuestros antepasados que
habitaban en cuartos oscuros por necesidad, la descubrieron presente en la
penumbra y esa oscuridad sirvió de cauce para desarrollar un ideal estético.
Por tanto la belleza de los interiores de una casa japonesa se halla en los
matices de sombra, sin ella apenas queda nada. […] Diríase que no hay nada más
misterioso que la magia de las sombras”. Y más adelante añade: “Hallamos la
belleza no en los objetos mismos, sino en los claroscuros de la luz
contrastando con los objetos. Una joya fosforescente emite su brillo y colorido
en la oscuridad, y los pierde a la luz del día. Sin la sombra, no existiría la
belleza.”
Similar
es la apreciación del filósofo coreano Byung-Chul Han en su ensayo Acerca de la cultura y la filosofía del
lejano Oriente: “Bella no es la presencia total sino un aquí que está
recubierto de una ausencia, que por el vacío es menor o más ligero. Bello no es
lo claro o lo transparente, sino lo que no está delimitado nítidamente, lo que
no está diferenciado claramente, pero que hay que diferenciar de lo difuso.”
Mi
experiencia personal coincide con la apreciación de Tanizaki. Recuerdo que de
niño siempre pasábamos unos días de veraneo en el pueblo de mis padres,
Tomellosa de Tajuña en Guadalajara, y comprobaba que por la noche sólo existía
una escasísima luz en la calle principal, el resto eran calles oscuras que se
iluminaban con la luz de la luna. La experiencia de un niño de Villaverde Alto
no se adaptaba ni comprendía esa escasez. En el pueblo, dentro de las casas, la
cocina era el lugar adecuado para compartir encuentros y conversaciones a la
lumbre del hogar. Los candiles iluminaban muy poco y se utilizaban para ir a
las alcobas a dormir.
Recuerdo
una anécdota relacionada con la iluminación del Villaverde en aquella época de
mi niñez de los años sesenta. Mi hermano, mi padre y yo habíamos salido del
cine Magerit después de ver alguna película de Tarzán o de Charlot (no están
mal los dos personajes para aprender acciones y emociones: el héroe que se
adapta a las inclemencias y el antihéroe que se ríe a pesar de las
adversidades) y nos dirigíamos a casa a cenar. En la esquina de una de las
calles cercanas a las denominadas “colonias”, mi padre nos paró porque había
visto a los lejos a un chico con un tirachinas tratar de romper una de las
farolas. Lo que pretendía el chico no lo sé bien, pero lo que intentaba mi
padre era evitar un gesto incivil además de impedir que se rompiera ninguna
lámpara porque era él quien tenía que sustituirla ya que era el electricista
del barrio.
El ensayo de Tanizaki se escribió en los años treinta del siglo pasado y en esa época Japón se había occidentalizado en lo que se refiere al uso indiscriminado de la luz en calles e interiores. Tanizaki apunta que “Japón solo aspira ansiosamente a imitar a Estados Unidos” por eso “el gasto de luz eléctrica es exagerado. […] Cuando en verano se encienden las luces antes del atardecer, además de un gasto inútil de energía aumenta la temperatura.”
Sin duda, hoy el gasto energético es inmenso, especialmente en las grandes ciudades y, salvo aquellas tendencias ecológicas que intentan atenuar la enorme intensidad lumínica en esas ciudades, lo normal es que se desarrolle una competencia entre núcleos urbanos para ver quién incorpora un mayor número de luces convirtiéndolo en un espectáculo aclamado por los medios de comunicación, sobre todo en las fechas de los últimos meses de año.
Estupendo artículo. Y, además, veo que nos hemos criado en el mismo barrio porque yo también me acuerdo del cine Magerit. De hecho, aprendí a andar en sus terrazas. Qué tiempos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Da gusto comprobar que hay recuerdos de la niñez comunes. ¡Villaverde Alto en el corazón!
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