TRES POEMAS DE LOUISE GLÜCK
No sé en qué momento compré El iris salvaje de la reciente premio Nobel Louise Glück, quizás en las visitas a mi querida Cuesta de Moyano, donde a veces se encuentran verdaderas joyas a precios reducidos. Esta feria de libros cerca de Atocha tiene el mismo encanto que las casetas de los bouquinistes del Sena en París. Mi intuición a veces me facilita estas sorpresas.
Al concedérsele el premio
a Louise Glück recurrí a mi biblioteca y allí estaba, precisamente la obra que
había conseguido en 1993 el Premio Pulitzer de Poesía de esta autora consagrada
en Estados Unidos antes de que fuera reconocida por la Academia sueca y el
primero que había sido traducido al español por la editorial Pre-Textos por Eduardo Chirinos.
La lectura en un
principio no me pareció atractiva: contiene una serie de poemas de aparente sencillez
llena de reproches difíciles de contextualizar; sin embargo, me sorprendieron
los tres últimos poemas, que incorporo en esta entrada, y que me parecieron
brillantes y llenos de sugerencias. Dejo a mis lectores que interpreten si eso
es así.
El lirio de plata
De nuevo hace más frío por las noches, como al comienzo / de la primavera, y hay silencio de nuevo. ¿Acaso / te perturban las palabras? Ahora / estamos solos; no hay razón para el silencio.
Mira sobre el jardín, la luna llena está saliendo. / Yo no veré la siguiente.
Cuando salía la luna, en primavera, significaba / que el tiempo era infinito. Gotas de nieve / se abrían y cerraban, las semillas / de los arces caían en pálidas ondas. / Blanco sobre blanco, la luna se alzaba sobre el abedul.
Y en la torcedura, donde el árbol se divide, / las hojas de los primeros narcisos, bajo la suave / luz verdosa y plateada de la luna.
Hemos llegado juntos demasiado lejos como para temer / el final. En noches como ésta, ni siquiera sé qué significa / el final. Y tú, que has estado con un hombre / después de los primeros llantos, dime, / ¿no emite la alegría, como el miedo, algún sonido?
El lirio dorado
Cómo siento / que estoy agonizando y sé / que no volveré a decir palabra, que no / sobreviviré a la tierra, que no seré / convocada de nuevo, que no soy flor aún, / sino una espina, y el áspero polvo / se instala en mis costados, yo te invoco / padre y maestro a mi alrededor / mis compañeros se marchitan, piensan / que no ves. ¿Cómo pueden / saber que ves / si no nos salvas? / En el crepúsculo de verano ¿estás / lo bastante cerca para oír / el terror de tu criatura? ¿o / no eres tú mi padre, / aquel que me cultivó?
Lirios blancos
Igual que un hombre y una mujer / construyen entre ambos un jardín / como un lecho de estrellas, / se demoran ellos en la tarde de estío, / aquí, y la llenan de frío / con su terror: todo / podría terminar pues todo tiende / a la devastación. Todo, todo / puede perderse, a través del aire perfumado / donde inútiles columnas se levantan / y más allá se agita un mar / de amapolas.
Calla, amor mío. No me importa / cuántos veranos tenga que vivir para volver; / este verano hemos entrado en la eternidad. / Siento tus dos manos / Enterrarme para liberar su esplendor.