viernes, 11 de septiembre de 2020

Paraíso reclamado

 PARAÍSO RECLAMADO

Cada vez nos alejamos más de la naturaleza. Vivimos rodeados de cemento, incluso uno de los parques públicos al norte de Pinto se encierra entre bloques de cemento y no invita a pasear entre las acacias y los arriates que se distribuyen por un pequeño espacio.

Hay otro parque en la zona sur donde predomina el arbolado de chopos, castaños, guindos y pinos y también arbustos diversos, además de un gran estanque donde los patos se zambullen; si bien hay zonas que requieren una reforestación inmediata. Al principio de la inauguración encontrábamos espliego, salvia, romero y otras plantas aromáticas, ahora muchas han desaparecido o necesitan un cuidado constante.

A veces es posible ver cómo algunas semillas espolvoreadas por el viento tratan de sobrevivir entre esos armazones de hormigón y su verdor contrasta con el gris. La mano del hombre devora el instinto natural.

Si no hay una ocupación inmediata en buscar medios sostenibles en la construcción y en otras profesiones que tienen una implicación directa en la destrucción del medio, nos irá muy mal; de hecho, según la opinión de algunos grupos ecologistas la situación de nuestro ecosistema es irreversible: hemos deteriorado tanto nuestra naturaleza que ya no hay vuelta atrás, tenemos que adaptarnos a un medio ambiente en esas condiciones de deterioro. Así nos lo insistía Jorge Riechmann en un encuentro en febrero de 2014 en la biblioteca de la Casa de la Cadena de Pinto a través de una serie de debates que propiciaba el profesor Ignacio Gutiérrez mensualmente y del que se puede tener información en la página web que aún existe: http://respublicapinto.50webs.com/. Como el propio Riechmann señala en El siglo de la gran prueba, ya no cabe “aspirar al paraíso, sino evitar el infierno.” No podremos volver a una naturaleza virgen sin la intervención indigna y devastadora del hombre, pero es el hombre quien deberá resolver este conflicto por su propia supervivencia.

Para combatir la indiferencia y la ineptitud de los gobiernos en materia de recuperación de un ecosistema sostenible, sirva de modelo la iniciativa que Umberto Pasti nos cuenta en Perdido en el paraíso (Barcelona: El Acantilado, 2020. Tr.: José Ramón Monreal). La obra es una muestra de cómo un pedregal en Rohuna, en la costa atlántica marroquí cerca de Tánger, puede convertirse en un vergel gracias a la perseverancia de este diseñador de jardines que tuvo que luchar contra la voracidad de especuladores a quienes no les importaba dañar el medio, aun a pesar de ser para algunos un extranjero, un nazrani. Su tenacidad tiene como origen el amor por la vegetación, hasta el punto de identificarse con este jardín paradisíaco. “Mi cuerpo se ha convertido en este lugar”, dice al comienzo del libro y más adelante añade:

Ando vagando por entre los diferentes espacios. Este jardín soy yo, por eso lo conozco tan bien. Bajo los escalones, tomo por el sendero, observo el valle y el mar que lo baña y, nítida como la primera vez, cuando me adormecí bajo la higuera, se perfila en mi mente la imagen de cómo será, de cómo ha sido siempre, justo encima de la casa, la hilera de almendros bajo los cuales florecen en invierno los narcisos y las dalias de verano; allí al lado, el invernadero para los limoneros y la rosaleda, y los arriates que celebran la fiesta campesina de las zinnias y de los clavelones. (p. 60)

Es tan fuerte su entrega a la creación de este jardín, del que se puede ver una muestra en el siguiente enlace: https://www.elblogdelatabla.com/2018/05/umberto-pasti-perdido-jardin-rohuna-marruecos.html, que se convierte en su propio hijo:

Asistir a la maduración de un jardín que se ha hecho de la nada…, creo que es como ver crecer a un hijo. Temores para el futuro, mirada crítica sobre los defectos, muchas aspiraciones frustradas por la realidad…, pero también un orgullo inmenso, un orgullo indecible, porque un jardín es un niño que se asoma al mundo. (p. 242)

 

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