PARAÍSO RECLAMADO
Cada vez nos alejamos más de la naturaleza. Vivimos rodeados de cemento, incluso uno de los parques públicos al norte de Pinto se encierra entre bloques de cemento y no invita a pasear entre las acacias y los arriates que se distribuyen por un pequeño espacio.
Hay otro parque en la zona sur
donde predomina el arbolado de chopos, castaños, guindos y pinos y también
arbustos diversos, además de un gran estanque donde los patos se zambullen; si
bien hay zonas que requieren una reforestación inmediata. Al principio de la
inauguración encontrábamos espliego, salvia, romero y otras plantas aromáticas,
ahora muchas han desaparecido o necesitan un cuidado constante.
A veces es posible ver cómo
algunas semillas espolvoreadas por el viento tratan de sobrevivir entre esos
armazones de hormigón y su verdor contrasta con el gris. La mano del hombre
devora el instinto natural.
Si no hay una ocupación
inmediata en buscar medios sostenibles en la construcción y en otras
profesiones que tienen una implicación directa en la destrucción del medio, nos
irá muy mal; de hecho, según la opinión de algunos grupos ecologistas la
situación de nuestro ecosistema es irreversible: hemos deteriorado tanto
nuestra naturaleza que ya no hay vuelta atrás, tenemos que adaptarnos a un
medio ambiente en esas condiciones de deterioro. Así nos lo insistía Jorge
Riechmann en un encuentro en febrero de 2014 en la biblioteca de la Casa de la
Cadena de Pinto a través de una serie de debates que propiciaba el profesor Ignacio
Gutiérrez mensualmente y del que se puede tener información en la página web que aún existe: http://respublicapinto.50webs.com/. Como
el propio Riechmann señala en El siglo de
la gran prueba, ya no cabe “aspirar al paraíso, sino evitar el infierno.”
No podremos volver a una naturaleza virgen sin la intervención indigna y devastadora
del hombre, pero es el hombre quien deberá resolver este conflicto por su
propia supervivencia.
Para combatir la
indiferencia y la ineptitud de los gobiernos en materia de recuperación de un
ecosistema sostenible, sirva de modelo la iniciativa que Umberto Pasti nos
cuenta en Perdido en el paraíso (Barcelona:
El Acantilado, 2020. Tr.: José Ramón Monreal). La obra es una muestra de cómo
un pedregal en Rohuna, en la costa atlántica marroquí cerca de Tánger, puede
convertirse en un vergel gracias a la perseverancia de este diseñador de
jardines que tuvo que luchar contra la voracidad de especuladores a quienes no
les importaba dañar el medio, aun a pesar de ser para algunos un extranjero, un
nazrani. Su tenacidad tiene como origen
el amor por la vegetación, hasta el punto de identificarse con este jardín
paradisíaco. “Mi cuerpo se ha convertido
en este lugar”, dice al comienzo del libro y más adelante añade:
“Ando vagando por entre los diferentes
espacios. Este jardín soy yo, por eso lo conozco tan bien. Bajo los escalones,
tomo por el sendero, observo el valle y el mar que lo baña y, nítida como la
primera vez, cuando me adormecí bajo la higuera, se perfila en mi mente la
imagen de cómo será, de cómo ha sido siempre, justo encima de la casa, la hilera
de almendros bajo los cuales florecen en invierno los narcisos y las dalias de
verano; allí al lado, el invernadero para los limoneros y la rosaleda, y los
arriates que celebran la fiesta campesina de las zinnias y de los clavelones.” (p. 60)
Es tan fuerte su entrega
a la creación de este jardín, del que se puede ver una muestra en el siguiente
enlace: https://www.elblogdelatabla.com/2018/05/umberto-pasti-perdido-jardin-rohuna-marruecos.html,
que se convierte en su propio hijo:
Asistir
a la maduración de un jardín que se ha hecho de la nada…, creo que es como ver
crecer a un hijo. Temores para el futuro, mirada crítica sobre los defectos,
muchas aspiraciones frustradas por la realidad…, pero también un orgullo
inmenso, un orgullo indecible, porque un jardín es un niño que se asoma al
mundo. (p. 242)
Interesante artículo.
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